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servicio migrantes 1Iván Muray es chileno, tiene 39 años y vive en París desde hace seis. Su condición de extranjero lo movió a participar en una asociación de la Iglesia que acoge a niños, adolescentes y jóvenes de África, quienes en su mayoría han llegado allí sin sus padres. Él les entrega tiempo, cariño y los ayuda a integrarse a esta nueva cultura.

 
El Papa Francisco ha llamado en diversas ocasiones a buscar soluciones al desafío que presenta la integración cultural, a “desarrollar programas que preparen a las comunidades locales para estos procesos” (Mensaje 104.º Jornada Mundial de los Inmigrantes y refugiados 2018).
 
srrvicio migrantes 0Iván es chileno y cooperador del Opus Dei. Reside en París hace seis años. Allí ha respondido a la invitación del Romano Pontífice a fomentar una cultura del encuentro.
 
Un voluntariado de integración cultural
 
Iván conoció en Chile a la asociación católica Puntos Corazón, que tiene casas en barrios desfavorecidos en varias partes del mundo, con voluntarios que acompañan a las personas con necesidades en su vida cotidiana; así fue cómo decidió ir de misión con ellos a Francia.
 
Actualmente, y desde hace seis años, trabaja en un liceo en París, donde imparte clases en español sobre actualidad e historia política latinoamericana y estudia un Máster en Historia de la Filosofía en Universidad de la Sorbona. Un amigo que conoció en una peregrinación desde Notre Dame a la catedral de Chartres, un recorrido de 100 km a pie en tres días, lo invitó a una charla de formación en el centro del Opus Dei de Garnelles, en París.
 
Iván cuenta que una de “las actividades que realizan algunos jóvenes que van a Garnelles, es la de hacer clases de refuerzo escolar a los migrantes de la asociación "Notre Dame de Tanger" de la hermana Marie-Joseph Biloa, quien se preocupa de recibir y cuidar a niños y jóvenes que llegan sin sus padres desde Nigeria, Ghana, Camerún, entre otros. Si bien estos niños van al colegio para poder terminar sus estudios, necesitan clases extra sobre todo por el cambio de idioma.
 
En mi experiencia como inmigrante y mi trabajo que había realizado años atrás con ellos, me di cuenta de la importancia de la integración cultural para que ellos se fueran sintiendo parte del país en el que viven. Esa integración pasa por conocer la cultura, por lo que hablé con asociaciones culturales y postulé para que recibieran becas. Cada seis semanas vamos a museos, zoológicos y lugares turísticos en grupos de 10-15 personas que tienen entre 16 y 18 años.
 
En general, los migrantes no salen de los barrios en los que viven, no conocen la ciudad y ellos me decían que estas visitas eran una manera de escapar de la rutina y sentirse parte, como uno más, del país. Queremos responder así al llamado que nos hizo el Papa Francisco a que cada familia, cada parroquia, cada institución tiene que preguntarse ¿qué puedo hacer por los inmigrantes?”.
 
Buscando el sentido de la vida
En mi familia no éramos católicos muy practicantes, pero yo participaba en los scouts de la Parroquia Italiana en Santiago de Chile y cada domingo íbamos a Misa. Con el paso de los años me fui dando cuenta que necesitaba darle más contenido a mi vida. En esa búsqueda leí a san Agustín y me di cuenta que la religión era más que la filosofía.
 
Al finalizar la secundaria estudié Filosofía y luego partí a estudiar durante un año a Francia, donde comencé a conversar con un sacerdote de la orden de los dominicos que me orientó en mi búsqueda de dar más sentido a mi vida. Una vez de vuelta en Chile comencé la catequesis para recibir los sacramentos.
 
servicio migrantes 2Fue en ese tiempo en que conocí a la asociación católica Puntos Corazón, que trabaja en barrios marginales en distintos países y decidí ir de misión con ellos a Francia. Ahora me dedico a ello desde un colegio y estudio un máster en la universidad.
 
Cada día toma otra dimensión si ponemos a Dios en el centro
 
Un amigo que conocí en la Sorbona me invitó a una charla de formación en el centro del Opus Dei, lugar de encuentro de universitarios y jóvenes profesionales, y donde viven varios estudiantes. Ahí, lo que más me llamó la atención, es darme cuenta que lo difícil de cada día toma otra dimensión si ponemos a Dios en el centro; la oración, el rezo del Rosario y la misa han sido un buen cambio y el motor para vivir cada día.
 
También comienzas a ver el trabajo con otros ojos. No es solo ganar un sueldo, es tener conciencia de que si trabajas bien por amor a Dios, la vida cobra muchísimo más sentido. Para mí, ha sido un lujo experimentar lo que es tener una vida espiritual. Soy cooperador del Opus Dei hace tres años y participo en clases de formación, conferencias y charlas que dan sacerdotes.
 
Este sentido de pertenencia y de vida de familia que se respira en Garnelles, fue muy patente también durante la pandemia. Las comunidades católicas se mantuvieron muy unidas, porque uno se siente parte de la Iglesia y no estás solo.
 
Todos tenemos la necesidad de ser útiles, de compartir nuestros conocimientos, de ayudar; y como extranjero valoro mucho este servicio a los inmigrantes porque yo también soy uno de ellos”.

carismaEn este breve vídeo recogemos algunos rasgos del carisma del Opus Dei explicados por san Josemaría: hacer todo por amor, tener comprensión para todos, rezar por la Iglesia y por el Papa, compartir una misma vocación, ser familia, imitar a Jesucristo, ser en la calle el templo de la Trinidad Beatísima, santificar el trabajo.

 
Transcripción de las palabras de san Josemaría
Yo tengo que decir que yo no he fundado el Opus Dei. El Opus Dei se fundó a pesar mío.
 
Ha sido una voluntad de Dios que se ha verificado y ya está. Yo soy un pobre hombre y no he hecho más que estorbar.
 
Santificación del trabajo
 
En el Opus Dei buscamos la santidad a través del trabajo: santificando el trabajo, santificándonos con el trabajo, santificando a los demás a través de nuestro trabajo profesional.
 
¿En qué sitios? ¿donde están los intelectuales? donde están los intelectuales.
 
¿Donde están los trabajadores que trabajan en cosas manuales? donde están los trabajadores que trabajan en cosas manuales. Y, ¿cuál es mejor de esos trabajos? y os diré, como todos los días os he dicho, es mejor aquel trabajo que se hace con más amor de Dios.
 
En todos los sitios donde una persona honrada puede vivir, ahí tenemos nosotros aire para respirar; ahí debemos de estar con nuestra alegría, con nuestra paz interior con nuestro afán de llevar las almas a Cristo.
 
Centralidad de Jesucristo
 
Si tratamos a Jesucristo con la frecuencia de sacramentos, con la charla diaria con él y constante, con la conversación, imitaremos a Jesucristo casi sin darnos cuenta. Y ¿qué corazón más grande que el de Cristo? ¿qué inmensidad más grande que la inmensidad de ese amor del Señor? ¡Ahí cabemos todos! ¡en un corazón así, cabemos todos!
 
Después cuando estás tú por la calle, en tu labor profesional, en tu hogar y no tienes el Sagrario tú mismo eres el templo de la Trinidad Beatísima. El Espíritu Santo se pone de asiento en nuestra alma y hace que nuestra vida se convierta en vida de cristianos, en vida sobrenatural. Él actúa, Él nos concede su gracia.
 
Una sola vocación
 
Nuestra vocación es la misma. Yo tengo la vocación de todos vosotros: la vocación vuestra, hijas mías. Tengo la vocación también que puede tener un supernumerario que está en el campo trabajando. El Señor ha querido que no hubiera más que un solo fenómeno jurídico, ascético, teológico, uno solo. En el Opus Dei hay una vocación que se acomoda como un guante a la mano, a las necesidades y a las circunstancias de cada uno de los socios. He dicho siempre que no tenemos más que un "puchero" para todos, la comida espiritual es la misma.
 
Familia
 
Y el modo de tratar a Dios nuestro Señor es el mismo; y el amor que tenéis a vuestras mujeres o a vuestros maridos y a vuestros hijos y a vuestra familia no os quita el amor de Dios. Ni el amor de Dios os quita el empeño que tenéis que tener en sacar adelante a las personas queridas: a la familia vuestra, que es parte de vuestra vocación.
 
Unión con la Iglesia y con el Papa
 
Yo estoy con el Papa. Con el Papa con todo mi corazón, lo quiero con toda mi alma. Sin el Papa no estamos bien, no estamos con la Iglesia. Y con la jerarquía ordinaria. No tenemos derecho a juzgar al Papa. Tenemos que amarlo, ¿está esto claro? Oremus pro Beatissimo Papa nostro Paolo (VI). Dilo tú con el corazón, cuando te ocurra cualquier cosa y cuando veas que es necesario pedir por la Iglesia. Y así pides por la iglesia entera. Porque en él, en su corazón de padre, estamos metidos todos los fieles.
 
Amistad personal
 
Hemos de tener compasión, cariño. No hemos de distinguir entre gentes de este lado y del otro, de delante y de atrás. Hemos de tener corazón para todos, comprensión para todos. Ya tiene bastantes dificultades la vida ¿por qué vosotros y yo vamos a poner más dificultades a las almas? Facilidades: hemos de ayudar a la gente a acercarse a Jesucristo. Él no rechaza. Él no rechaza porque es el que viene a dar la salud.
 
En la vida hay que hacerlo todo por amor. El amor tiene alas. Y verás que unas veces vuelas más abajo, otras más alta. Y por lo tanto, las perspectivas del día siendo parecidas unas a otras, son siempre distintas.
 
Juventud de espíritu
 
En el Opus Dei somos jóvenes siempre. Vamos a Dios, a ese Dios que alegra nuestra juventud, que nunca se acaba. Los hijos de esta gran familia se quieren, y cuando traen a otros que no son de esta gran familia, se les pega la locura divina, la locura de paz, de comprensión, de convivencia de amor, de dispensarse, de disculparse, de quererse.
 
Lo dijo en un solemne documento la Santa Sede hace muchos años: somos en el Opus Dei sembradores de paz y de alegría.
 

PreguntaTe contamos qué es un cooperador, cómo ayuda al Opus Dei y a la Iglesia y te introducimos en algunas de las iniciativas sociales en las que se pueden involucrar. 

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EducadoresEn el primer Vídeo del Papa del 2023, el Papa Francisco pone el acento en la importancia de los educadores. Pide añadir un contenido nuevo a la enseñanza: la fraternidad, un ingrediente clave en la búsqueda de un mundo cercano a los más vulnerables.

 
10/01/2023
Quiero proponer a los educadores que añadan un nuevo contenido en la enseñanza: la fraternidad. La educación es un acto de amor que ilumina el camino para que recuperemos el sentido de la fraternidad, para que no ignoremos a los más vulnerables.
 
El educador es un testigo que no entrega sus conocimientos mentales, sino sus convicciones, su compromiso con la vida. Uno que sabe manejar bien los tres lenguajes: el de la cabeza, el del corazón y el de las manos, armonizados. Y de ahí la alegría de comunicar.
 
educadoresY ellos serán escuchados mucho más atentamente y serán creadores de comunidad. ¿Por qué? Porque están sembrando este testimonio.
 
Oremos para que los educadores sean testigos creíbles, enseñando la fraternidad en lugar de la confrontación y ayudando especialmente a los jóvenes más vulnerables.
 
Intenciones mensuales anteriores. Las intenciones son confiadas mensualmente a la Red Mundial de Oración del Papa con el objetivo de difundir y concienciar sobre la imperiosa necesidad de orar y actuar por ellas. Enlace al video.

CARTASGracias a Ediciones Rialp y a la Fundación Studium publicamos en formato digital la carta número 2 del volumen Cartas I, en la que san Josemaría escribió sobre la importancia de la humildad en la vida espiritual.

Descargar “Carta sobre la humildad en la vida espiritual” en formato digital:
 
 
Recogemos en este libro electrónico una carta de san Josemaría sobre la importancia de la humildad en la vida espiritual. Está fechado el 24 de marzo de 1931. Existe un comentario oral de san Josemaría a esta Carta, grabado en cinta magnetofónica, durante la reunión de consiliarios de las diferentes regiones del Opus Dei, en enero de 1966, cuando les entregó este documento.
 
La Carta se encuentra en el n. 2 en el volumen de Cartas I, Esta editado por Ediciones Rialp en 2020.
 
Este documento forma parte de un género literario particular de san Josemaría. No es un tratado: su estilo se parece más al de una conversación familiar que el fundador mantiene con los miembros del Opus Dei de todos los tiempos. El tono es semejante al que empleaba en las tertulias con personas de la Obra, en las que les transmitía de viva voz el espíritu, la historia y las tradiciones de la Obra.
 
Ideas principales de esta carta
 
San Josemaría trata en esta Carta de una virtud fundamental en la vida cristiana: la humildad. Para él la vida cristiana exige una conversión constante: no hace falta ser un pecador pertinaz para arrepentirse, realzarse después de una caída, ser curado de las propias heridas y confiar más plenamente en las fuerzas que la gracia divina proporciona. Esta debe ser, para él, la actitud normal de todo cristiano que se ha entregado a Dios.
 
Aunque no existe un índice ni un esquema, se puede identificar una cierta estructura en el texto, que cabe distribuir en seis partes.
 
La primera (nn. 1-7) trata de la relación entre la humildad y la gracia, como fundamentos de la vida espiritual. Desarrolla aquí uno de sus temas más queridos desde los años treinta: el endiosamiento bueno.
 
La Carta comienza “entre barcas y redes”, como le gustaba decir a san Josemaría: con una escena situada en el mar de Galilea. Cristo viene al encuentro de unos hombres que trabajan en su oficio y lo hace caminando sobre el mar. Videns eos... los vio mientras remaban con fatiga. Jesús se apiada de sus discípulos, de las dificultades que atraviesan, y hace un milagro que demuestra su potencia divina.
 
 
San Josemaría elige este pasaje evangélico para llamar la atención sobre la misión de los apóstoles y compara la vocación al Opus Dei con la de los primeros seguidores de Cristo. Explica que Dios sobrenaturaliza la debilidad humana y la convierte en algo capaz de cosas muy grandes. Pero esa fuerza divina actúa si se practica la virtud de la humildad.
 
Después siguen unas consideraciones que, como él dice, «habrán de ayudaros a edificar sobre una profunda y sincera humildad» (n. 8a). Empieza aquí la segunda parte, relativamente breve (nn. 8-14), donde trata algunos temas sobre los que volverá más extensamente en otros pasajes de la Carta: la necesidad de la confianza en Dios; el crecimiento en la caridad; los obstáculos y los fracasos; la acción del demonio contra la propia santidad; la importancia de reaccionar ante las flaquezas y de afrontarlas con optimismo, apoyándose en la fortaleza de Dios.
 
Carta prosigue, en su parte más amplia (nn. 15-33), analizando los principales obstáculos de la vida espiritual. Alude aquí a los problemas personales mal enfocados, que llevan al egocentrismo o al victimismo, como fruto de la soberbia. Después se refiere a las situaciones de oscuridad y aridez interior, para las que propone una serie de remedios ascéticos. Seguidamente trata de las tentaciones, de las crisis de la madurez, del desaliento y de la conciencia de una cierta infecundidad, de la sensación de fracaso o incapacidad personal.
 
En la cuarta parte (nn. 34-42) san Josemaría se detiene en la virtud de la sinceridad, que considera un gran medio para conseguir la humildad. Es típico del fundador del Opus Dei hablar de la sinceridad no como simple virtud humana, sino en un contexto ascético, como una manifestación de humildad y como un baluarte para la perseverancia. Se refiere especialmente a ella en el contexto de la orientación espiritual y de la confesión.
 
 
Una quinta parte (nn. 43-58) ilustra cómo la fidelidad a Dios es uno de los frutos de la humildad. La vocación recibida lleva consigo, para san Josemaría, una gracia particular, una ayuda sobrenatural específica para perseverar en el seguimiento de Cristo. Es la humildad la que abre los ojos al poder inmenso de la gracia, mostrando que todos los obstáculos y debilidades de la vida espiritual se pueden superar gracias al auxilio divino. El único escollo insuperable es precisamente el rechazo voluntario de la gracia, a causa de la soberbia.
 
La parte conclusiva (nn. 59-61) se refiere a la unión con Dios, a la vida contemplativa y a la piedad, al trato confiado con Jesucristo y con su Madre Santísima.
 

torrenteSupernumerarias y supernumerarios: el rostro más frecuente del Opus Dei.

 Corre el año 61. Han pasado apenas tres décadas desde que Jesús subió al cielo, después de haber confiado a sus discípulos la vertiginosa misión de llevar la alegría del Evangelio hasta el último rincón de la tierra. Tras muchas peripecias, Pablo ha llegado finalmente a Roma, donde es acogido por la incipiente comunidad cristiana. «Permaneció allí un bienio completo en una casa alquilada, recibiendo a todos los que acudían a verlo, predicándoles el reino de Dios y enseñando todo lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad» (Hch 28,30-31). Con estas palabras se cierra el libro de los Hechos de los Apóstoles. Nos gustaría que san Lucas hubiese continuado su relato, narrándonos las aventuras de aquellos primeros años de expansión de la joven Iglesia. Pero comprendemos que el evangelista había realizado ya dos grandes gestas: buscar y organizar el material disponible sobre la vida de Jesús, incluida su infancia; y hacer lo mismo con las hazañas de algunos de los primeros apóstoles. Además, aunque san Lucas hubiese querido seguir escribiendo, ¿cómo se podría narrar la historia de la Iglesia desde ese momento?
 
Como los primeros cristianos
Seguir y relatar la vida de algunas pocas personas es una empresa posible. Pero la difusión que experimenta la fe cristiana en las décadas sucesivas hasta llenar todas «las ciudades, las islas, los poblados, las villas, las aldeas, el ejército, el palacio, el senado, el foro»[1]… ¿Quién puede contar una historia así? A mediados del siglo II, puede escribir Justino que «no hay raza alguna del hombre, llámense bárbaros o griegos, o con otros nombres cualesquiera entre los que no se ofrezca por el nombre de Jesús crucificado oraciones y acciones de gracias al Padre»[2]. ¿Cómo contar este proceso? Sería necesario relatar la vida de cada una de esa infinidad de personas corrientes que encarnaron la fe en Jesucristo y la difundieron a su alrededor, uno a uno, hasta transmitirla a la generación siguiente, formando una larga cadena que llega hasta nosotros.
 
Con todo, podemos hacernos una cierta idea de aquella revolución callada gracias a las cartas que recoge el Nuevo Testamento, a los escritos de los Padres de la Iglesia, a las actas de los mártires y a las noticias que dan autores no cristianos de la época. Todo este material nos permite vislumbrar la aventura cotidiana de aquellas primeras comunidades, tan parecidas a las nuestras. En ellas, la fe, la esperanza y la caridad se entremezclan con cobardías, traiciones y desalientos; el heroísmo con la mezquindad, la santidad con el pecado. Son los hilos de esas historias los que utiliza la misericordia de Dios para ir entretejiendo la vida de la Iglesia. «Él toma nuestros triunfos y fracasos y teje hermosos tapices»[3].
 
Solo Dios puede llevar las cuentas de esta historia porque él «conoce lo que hay dentro de cada uno» (Jn 2,25). Podemos dirigirle las palabras del salmista: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno (…). Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mi ser aún informe, todos mis días estaban escritos en tu libro» (Sal 139,13-16). Cuando estemos en su presencia y podamos finalmente leer ese gran libro de la historia que Dios va escribiendo, nos maravillaremos ante la vida de tantas personas santas que han dejado obrar al Espíritu Santo en sus vidas. Para dar cauce a ese afán de llevar la alegría del Evangelio a todos, decía san Josemaría en una ocasión: «Yo no tengo otra receta para ser eficaz que la que tenían los primeros cristianos (…). En la vida espiritual tenemos los mismos medios. No hay posibilidad de adelantar. La misma receta: ¡santidad personal!»[4].
 
La «verdadera historia» de la Obra
En este relato de fidelidad a Dios en medio de las personales debilidades, se inserta, por querer divino, el Opus Dei, que es una «partecica de la Iglesia»[5]. Por eso, quienes intentan contar la historia de la Obra, encuentran esta misma dificultad. «Ocurre con el Opus Dei lo que pasa con un iceberg. Muchas veces se ve la punta, es decir, un aspecto institucional, corporativo o la acción de un individuo con dimensión pública; en cambio, no se percibe la base: la inmensa mayoría de personas que llevan una vida común (…). Hombres y mujeres corrientes que, en su gran mayoría, ni son ni serán noticia: familiares, colegas de trabajo y vecinos que llevan una vida ordinaria y realizan la acción evangelizadora de la Iglesia de forma tan capilar como inadvertida (…). La actividad apostólica de estas personas supera cualquier relación de iniciativas y es incontable, un verdadero “mar sin orillas” que remite a la transmisión de la fe entre los primeros cristianos.
 
»Gira en torno a la amistad, al codo con codo, al tú a tú entre dos amigos que se aprecian y comparten ilusiones, proyectos y penas en la oficina, en el bar del pueblo después de las faenas del campo, en un programa televisado con una cena, al acabar un partido de pádel, esperando junto con otros padres y madres a que salgan los niños del colegio, en la parada de taxis, en la sala de enfermeras del hospital durante unos minutos de descanso… En el amplio panorama del trato mutuo, un amigo descubre a otro la grandeza y la alegría de saberse hijo de Dios y hermano de los demás hombres»[6]. En estos encuentros de amistad, uno a uno, en lugares y momentos inesperados, es donde se escribe la verdadera historia de la Obra. La lucha por la santidad en las circunstancias más variadas está llamada a percibirse en cualquier persona llamada al Opus Dei, con independencia de la especificidad de su vocación, pero quizás de manera particular en la vida de los supernumerarios. Ellos son «la mayor parte de los fieles del Opus Dei»[7], por lo que constituyen su rostro más frecuente: manifiestan una gran «movilización de santidad»[8] en el mundo, sostenida y dinamizada por los demás fieles de esta familia.
 
Durante los primeros años empezaron siendo más los numerarios debido, entre otras razones, a la necesidad que tenía san Josemaría de apoyarse en personas que tuvieran la misión específica de disponerse, junto a él, a encender y a mantener viva la llama de la Obra a través de la formación y el gobierno. De esa manera el Opus Dei pudo dar sus primeros pasos en todo el mundo, abriendo un camino querido por Dios para una multitud de personas de toda condición. Al mismo tiempo, san Josemaría reconoció desde el principio la llamada al matrimonio en muchas personas que se acercaban a él, y tenía también para ellos el mismo mensaje de santidad. Por eso, ¡qué gozo tan grande experimentó cuando pudo abrir la puerta en la Obra a los primeros supernumerarios! Estaban allí desde su fundación, pero todavía no había un cauce jurídico para acogerlos en una institución de la Iglesia, con igual importancia que los demás miembros.
 
San Josemaría nunca dejó de transmitir el mensaje del Opus Dei a personas que no estaban llamadas al celibato. Hasta que finalmente encontró la solución durante un viaje a Milán en enero de 1948. Al regresar a Roma escribió entusiasmado: «Habrá grandes y hermosas sorpresas. ¡Qué bueno es el Señor! (…). Se abre para la Obra un panorama apostólico inmenso (…). ¡Qué ancho y qué hondo es el cauce que se presenta!»[9]. Se hacía realidad así aquel anhelo que el Señor manifestó el 2 de octubre de 1928: que muchas personas, de todas las condiciones, también personas que siguen o desean seguir un camino matrimonial, acogieran la invitación de Dios a santificarse en medio del mundo y llenarlo de su luz, encarnando el espíritu del Opus Dei.
 
El Opus Dei es cada persona del Opus Dei
«Entre los supernumerarios –escribía san Josemaría, pocos años después de recibir a los tres primeros– hay toda la gama de las condiciones sociales, de profesiones y de oficios. Todas las circunstancias y las situaciones de la vida son santificadas por esos hijos míos, hombres y mujeres, que dentro de su estado y de su situación en el mundo, se dedican a buscar la perfección cristiana con plenitud de vocación»[10]. Plenitud de vocación: eso es lo que el fundador tuvo claro desde el principio. Todo supernumerario está llamado a disponerse para que cada momento de su vida –la familia, el trabajo, el descanso, la vida social– sea obra de Dios; está llamado a contemplar a Dios en todas las cosas y a responder con audacia a su llamada, «más loco por Él que María Magdalena, más que Teresa y Teresita..., más chiflado que Agustín y Domingo y Francisco, más que Ignacio y Javier»[11]. La santidad a la que están llamados los fieles de la Obra, célibes y casados, es la misma que la de aquellos grandes santos; todos están invitados a encarnar la totalidad de la vocación al Opus Dei, no solamente una parte. Por eso, cada supernumeraria y cada supernumerario pueden hacer suyas aquellas palabras de la beata Guadalupe: «La Obra soy yo misma y no podría ya ser de otra manera. ¡Qué alegría me da sentir esto tan claro y siempre, desde el primer día y cada vez más!»[12].
 
Esta realidad gozosa ilumina a partes iguales la aventura y la responsabilidad de los supernumerarios: de la misma manera en la que aquel trabajador de la parábola de Jesús recibió los bienes de su señor para que negociara con ellos (cfr. Mt 25,14), quienes reciben esta llamada tienen en sus manos un regalo de Dios para el mundo. No son colaboradores de una tarea que hacen otros. «Esto debería entusiasmar y alentar a cada uno para darlo todo, para crecer hacia ese proyecto único e irrepetible que Dios ha querido para él desde toda la eternidad»[13]. El Prelado del Opus Dei, en su carta sobre la vocación a la Obra, señala que la llamada de los supernumerarios «no se limita a vivir unas prácticas de piedad, asistir a unos medios de formación y participar en alguna actividad apostólica, sino que abarca toda vuestra vida, porque todo en vuestra vida puede ser encuentro con Dios y apostolado. Hacer el Opus Dei es hacerlo en la propia vida y, por la comunión de los santos, colaborar a realizarlo en todo el mundo. O, como nos recordaba en frase gráfica nuestro fundador, hacer el Opus Dei siendo cada uno Opus Dei»[14].
 
Esto se puede ver, por ejemplo, en la vida de Aurora Nieto, la primera mujer que se incorporó a la Obra como supernumeraria. Era «una joven viuda con tres hijos pequeños, que vivía en Salamanca. Había estudiado Magisterio y estaba pluriempleada para sacar su familia adelante (…). Tenía un deseo callado (…) de hacer apostolado con gente joven, con gente universitaria en medio del mundo (…). Temía que sus obligaciones familiares y económicas lo imposibilitaran, pero [san Josemaría] le aseguró que [en el Opus Dei] había sitio para ella»[15]. Aurora, en conversación con una numeraria amiga suya, relataba así su encuentro con el fundador: «Me dijo el modo cómo, yo desde casa y sin desatender a mis hijos, podía ser admitida y pertenecer a la Obra. Me parece mentira y aunque la idea de estar lejos de vosotras y fuera de las casas [de los centros] me da algo de pena y hasta algo de miedo de no acomodarme bien al espíritu peculiar que el Padre quiere, pero confío en que él sabe y no ha visto en ello inconveniente»[16].
 
San Josemaría no veía inconveniente porque el espíritu del Opus Dei está precisamente para vivificar el mundo, fuera de las casas, para servir a la Iglesia en las calles, en los hogares de cada uno y cada una, en las reuniones sociales, en el trabajo... «Una vez más afirmo que la vocación al Opus Dei es una vocación contemplativa, de almas que están en medio de la calle por amor de Cristo, haciendo de la calle la celda, pero en un continuo coloquio»[17]. Desde aquellos primeros momentos de su vocación, Aurora comprendió que «el Opus Dei dependía de ella en Salamanca»[18].
 
La familia y las estructuras sociales
A san Josemaría le ilusionaba mucho la primera convivencia de supernumerarios, así que la siguió muy de cerca. Participó en ella dedicando mucho tiempo a la predicación y habló con cada uno de los participantes, en los que quedaron grabadas a fuego aquellas jornadas. Les habló una y otra vez del espíritu del Opus Dei, dejando claro que el Señor les llamaba a cada uno de ellos a hacerlo vida con la misma plenitud con que lo hacía su fundador. Uno de los participantes, Ángel Santos, recordaba que el mensaje era «santificar al mundo desde dentro con los medios de nuestra vida interior y del cumplimiento de nuestros deberes corrientes de cristianos; ser contemplativos, con naturalidad, en medio de nuestros afanes cotidianos; hacer un apostolado de confidencia, (…) convertir nuestras casas en hogares luminosos y alegres. Y todo con estricta responsabilidad individual –sin aspiraciones representativas, sin tendencias clericales– característica de un laicado maduro»[19].
 
En los supernumerarios resplandece particularmente la misión de ser sal y levadura que se disuelven en el mundo para, siendo una misma cosa con la masa, sin diferenciarse en nada de ella, dar sabor y consistencia. San Josemaría veía el Opus Dei como una «inyección intravenosa, puesta en el torrente circulatorio de la sociedad»[20]. De esta manera, siendo la misma sangre del mundo, su misión consistirá en llenar del espíritu del Evangelio las estructuras sociales; hacer de este mundo un lugar mejor, cada uno desde su pequeño o grande terreno. Al ser el trabajo la actividad a la que una supernumeraria o un supernumerario dedica buena parte de su tiempo, es lógico que gran parte de sus anhelos sean llevar todo el bien posible a aquella profesión, llenarla con la actualidad de Jesucristo, encontrar a Dios en aquel servicio hecho con todo el esmero posible. Por eso, será común que estén a la vanguardia de su ámbito profesional, frecuentando el futuro, empujados por la creatividad del Espíritu Santo.
 
Al mismo tiempo, para las supernumerarias y los supernumerarios que han recibido la llamada al matrimonio, su familia, con o sin hijos, será el corazón que bombea sangre nueva, el primer campo en donde desplegar la ilusión por ser santos. «La vocación en la Obra como supernumerario se desarrolla en primer lugar en el ámbito familiar (…) –recordaba el Prelado del Opus Dei–. Esta es la herencia que dejáis a la sociedad»[21]. De entre los numerosos caminos que vamos tomando en la vida, san Juan Pablo II señala que «la familia es el primero y el más importante»[22]. Gran parte del futuro de la sociedad se fragua en la formación recibida durante aquellos años de convivencia familiar, tanto en lo que se refiere a la educación en la fe, como al desarrollo de las virtudes necesarias para ser una persona que contribuya al bien de todos. Se trata del núcleo en el que germinan los cambios de futuro en todos los campos: en el ámbito laboral, en la corresponsabilidad dentro del hogar, en el cuidado de los más débiles, en el ámbito educativo, etc. Este servicio, aunque discreto, es quizás el de mayor impacto social. «La familia es el lugar del encuentro, del compartir, del salir de sí mismos para acoger a los otros y estar cerca de ellos. Es el primer lugar donde se aprende a amar»[23].
 
«Además, estáis llamados a influir positivamente en otras familias –continuaba mons. Fernando Ocáriz, al hablar sobre la vocación de los supernumerarios–. En particular, ayudando a que su vida familiar tenga un sentido cristiano y preparando a la juventud para el matrimonio, para que muchos jóvenes se ilusionen y estén en condiciones de formar otros hogares cristianos, de los que puedan surgir también las numerosas vocaciones al celibato apostólico que Dios quiera. También los solteros y los viudos –y, naturalmente, los matrimonios sin hijos– podéis ver en la familia un primer apostolado, pues siempre tendréis, de un modo u otro, un ambiente familiar que cuidar»[24].
 
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La vocación de supernumerario es una manifestación de la madurez del laicado, cuya hora ha sonado en la Iglesia con particular fuerza en el último siglo. Cuando san Josemaría y el beato Álvaro llegaron a Roma para buscar un cauce jurídico para la Obra, les dijeron que llegaban con un siglo de antelación, particularmente cuando plantearon la vocación de los supernumerarios. Mucho se ha avanzado desde entonces en la comprensión de la vocación del laico, pero encarnar esta maravilla sigue siendo un desafío, una misión entusiasmante. La vocación al Opus Dei es una gracia muy grande de Dios para contribuir a esta misión en la Iglesia, como testimonia la vida de tantos fieles supernumerarios y supernumerarias de la Obra. De algunos de ellos se ha iniciado el proceso para reconocer la santidad de su vida; de la inmensa mayoría muy posiblemente no se iniciará, pero ni un solo gesto de esa fidelidad cotidiana al amor de Dios escapa a nuestro Padre del cielo. Son hazañas que no recogerá ninguna página de papel ni digital, pero sí el único libro que cuenta, ese que va escribiendo Dios y del que nadie las podrá borrar. Y quienes las presencien agradecerán cada día al Señor, como hacemos nosotros, «la fidelidad de tantas mujeres y de tantos hombres que nos han precedido en el camino y nos han dejado un testimonio precioso»[25].
 
[1] Tertuliano, Apologético, 37.
 
[2] San Justino, Diálogo con Trifón, 117.
 
[3] Francisco, Christus vivit, n. 198.
 
[4] San Josemaría, Notas tomadas de la predicación oral, 29-II-1964.
 
[5] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 31.
 
[6] José Luis González Gullón – John F. Coverdale, Historia del Opus Dei, Madrid, Rialp 2021, pp. 594-595.
 
[7] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 28-X-2020, n. 23.
 
[8] Cfr. san Josemaría, Surco, n. 962.
 
[9] San Josemaría, Cartas 18-I-1948, 29-I-1948 y 4-II-1948. Citado en Luis Cano, “Los primeros supernumerarios del Opus Dei”, Studia et Documenta, vol. 12, 2018, pp. 256-257.
 
[10] San Josemaría, Cartas 29, n. 10.
 
[11] San Josemaría, Camino, n. 402.
 
[12] Beata Guadalupe Ortiz de Landázuri, Carta 28-V-1959, en Letras a un santo, 2018, p. 112.
 
[13] Francisco, Gaudete et exsultate, n. 13.
 
[14] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 28-X-2020, n. 25.
 
[15] Inmaculada Alva – Mercedes Montero, El hecho inesperado, Rialp, Madrid 2021, pp. 194-195.
 
[16] Ibíd., p. 195.
 
[17] San Josemaría, Homilía, 26-X-1960.
 
[18] Inmaculada Alva – Mercedes Montero, El hecho inesperado, p. 195.
 
[19] Luis Cano, “Los primeros supernumerarios del Opus Dei”, p. 274.
 
[20] San Josemaría, Instrucción acerca del espíritu sobrenatural de la Obra, n. 42.
 
[21] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 28-X-2020, n. 24.
 
[22] San Juan Pablo II, Carta a las familias, 2-II-1994.
 
[23] Francisco, Homilía, 25-VI-2022.
 
[24] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 28-X-2020, n. 24.
 
[25] Mons. Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 19-III-2022, n. 5.
 
Santiago Vigo y David Bastidas
 

Santidad Matrimonio FamiliaNadie se salva solo: matrimonio y santidad

 El recuerdo que han dejado muchos matrimonios entre quienes les conocieron es una señal de que seguramente han llegado juntos al Cielo. El matrimonio como camino de encuentro con Dios ha sido el tema de una jornada de reflexión sobre “Santidad laical” celebrada en Roma, en la que se recordó la vida ejemplar de cinco parejas.
 
Introdujo la jornada, celebrada en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz (Roma), el cardenal Marcello Semeraro, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. Señaló que "la santidad de los esposos es ciertamente la santidad de dos personas distintas, pero al mismo tiempo nos presenta una santidad que podemos llamar comunitaria". Habló también de la vida de aquellos cónyuges en los que uno vive la fe y el otro no -como santa Mónica y su marido o Charles Peguy y su mujer-, y donde con frecuencia la santidad de uno acompaña al otro a la fe.
 
"El matrimonio es, con palabras del Papa Francisco, una barca inestable pero segura". Señalando que la vocación matrimonial es una llamada exigente, pero divina, recordó un breve texto de san Josemaría: "¿Te ríes porque te digo que tienes "vocación matrimonial"? —Pues la tienes: así, vocación".
 
Carla Rossi, profesora de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, dijo que "los esposos reciben muchas gracias del Cielo cuando se casan, pero la compañía de Dios no se termina ahí. El sacramento tiene efecto durante toda la relación entre marido y mujer, y sus gracias pueden crecer con el tiempo, Dios les acompaña.
 
Para estar casados no basta con el día del matrimonio, hay que emprender una aventura en la que se pasa del ‘yo’ al ‘nosotros’, en el que el centro pasa de uno mismo al otro: para eso sirve paciencia, creatividad, humildad...". Concluyó que el matrimonio es una aventura emocionante, y que no es casualidad que todos miren con ternura a los matrimonios ancianos.
 
Tras la intervención de la profesora Carla Rossi Espagnet, comenzó una mesa redonda en la que se presentaron las vidas de cinco parejas cristianas que dejaron un recuerdo de santidad matrimonial. En diez minutos, cada orador trató de transmitir los elementos fundamentales de cada familia
 
Cinco parejas santas, cinco parejas distintas
 
A pesar de la evidencia de ciertas características comunes, como la oración conjunta, el amor por la Santa Misa o la apertura a la vida, no es sencillo encontrar patrones similares o "recetas" para la santidad matrimonial. Cada uno de estos matrimonios, en un momento determinado de su vida -incluso después de años muy difíciles desde el punto de vista de la serenidad conyugal- decidió que vivirían juntos el Evangelio día a día, dejando un profundo surco de caridad y fidelidad en su entorno.
 
"Su vida era muy ordinaria, pero consiguieron poner a Cristo en el centro de su relación porque comulgaban todos los días", dijo Paola dal Toso, hablando de los beatos Luigi Beltrame Quattrocchi y Maria Corsini. "Se veían a sí mismos como un bloque, vivían su vida terrenal con el pensamiento perenne de hacer feliz al otro".
 
Witold Burda ha presentado las figuras de los siervos de Dios Jozef y Wiktoria Ulma, conocidos como "los samaritanos de Markowa". Murieron martirizados, junto con sus hijos, por haber acogido en su casa a varios hebreos durante la persecución del régimen nazi. “Fueron fieles al evangelio no sólo en los últimos momentos de su vida, sino en cada día de su matrimonio”.
 
Eduardo Ortiz de Landázuri y Laura Busca Otaegui fue un matrimonio que vivió en España durante el siglo XX. Francesco Calogero dijo que “Laura, licenciada en Farmacia, supo construir una familia cristiana, que acogió a muchos hijos; Eduardo trabajó como médico, destacando siempre por el trato lleno de caridad que dispensaba a los pacientes”.
 
Pietro Romeo, sacerdote y postulador, habló de los siervos de Dios Franco Bono y Maria Rosaria De Angelis: “En la diócesis todos hablaban de Franco y de María Rosaria tras su muerte, y todos hablaban bien. Algo había que hacer… Rezaban con insistencia a Dios, a través de la intercesión de san Francisco, que se hicieran santos juntos”. Ambos ejercen la medicina en Locri: Franco en el hospital, donde, siendo también cardiólogo, es el alma del Centro de Reanimación, y María Rosaria como médico de cabecera, un ángel en el hogar de los que la necesitan. “El amor maduro -decían- es cuando se vive para los demás”.
 
Muy emocionante fue el recuerdo de la vida de Cyprien Rugamba y Daphrose Mukasanga, dos martires del genocidio ocurrido en 1994 en Ruanda. Resumió sus vidas Jean Luc Moens. Fueron asesinados en su casa, ante la Eucaristía, por los soldados de la Guardia presidencial. La coherencia con la fe impide a esta familia decantarse por una etnia o por otra, en un momento de separación fratricida entre hutus e tutsi. La tensión les lleva al aislamiento social y la pobreza, que acabará con su asesinato.
 
Tras la mesa redonda, Monseñor Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei y Gran Canciller de la Universidad, intervino brevemente para dar las gracias a todos los ponentes, señalando que los matrimonios cuyos testimonios se aportaron al encuentro habían "iluminado su amor humano con la luz de la fe", haciendo "visible el encanto contagioso de la vida cristiana".
 
 
 

grupoUna idea peregrina y, de repente, una avalancha de solidaridad. La creatividad del amor puesta en acción al servicio de los refugiados de Ucrania desde una asociación de San Sebastián.

Como alentaba el Papa Francisco hace unos años ante la crisis mundial provocada por la pandemia de la Covid-19 en la audiencia del 25 de septiembre de 2020: “A una situación excepcional no se puede dar una respuesta habitual, sino que se requiere una reacción nueva y diferente”. Y la invasión de Rusia en Ucrania a finales de febrero requería una respuesta extraordinaria que pusiera en marcha la creatividad del amor al servicio de los más necesitados.
 
Una idea peregrina
“Sonsoles, he tenido una idea peregrina: ¿te vienes a Polonia conmigo a llevar ayuda humanitaria y recoger refugiados?”. Así se mensajeaba Thais con Sonsoles a la salida de Misa el domingo desde el Santuario de Guadalupe en Hondarribia; con la respuesta casi inmediata: “Por supuesto que sí, me apunto”. A lo que Thais, muy contenta por la rapidez en su contestación, añadía: “Bueno, dale una vuelta y pregúntale a las sensatas”.
 
Con “sensatas” se refería al resto de numerarias y numerarias auxiliares con las que Sonsoles vive en la Administración del Colegio Mayor Ayete, donde Thais asiste a medios de formación cristiana desde hace años y participa con su marido y sus hijos en las actividades que organiza la Asociación Oriaberri sobre la educación de los hijos, catequesis, voluntariado, etc.
 
Sonsoles ThaisSonsoles evidentemente lo comentó y dio más de una vuelta con ellas, pero la respuesta siguió siendo la misma: ¡por supuesto que sí! Es verdad que suponía tener que hacer algunos cambios y reajustes en el trabajo de esos días, pero era posible hacerlos. Ante hechos excepcionales, la respuesta debía ser también excepcional. Y una guerra lo era.
 
Además, Sonsoles, al igual que el resto de personas de Oriaberri, llevaba tiempo pensando en qué podía hacer para ayudar a toda esa gente que, de la noche a la mañana, lo habían perdido todo por la guerra en Ucrania, y Thais le estaba brindando la oportunidad de hacer algo muy concreto por ellos, así que, ¡adelante!
 
Los preparativos
 Esa misma noche empezaron a correr la voz a través de las redes sociales y entre sus familiares, amigos y conocidos, de que en una semana saldrían para Polonia a llevar ayuda humanitaria y recoger refugiados. Iago, el hermano de Thais -con el que trabaja en una tienda en San Sebastián-, creó una cuenta de Instagram para ir contando todo lo relativo al viaje y a su aventura solidaria.
 
Al día siguiente empezaron a llegar cosas a la tienda de Thais de clientes y gente que ni conocía: comida, ropa de abrigo, pañales, medicamentos, dinero… Y lo mismo pasó en Oriaberri; las cosas se empezaban a acumular y cada vez más gente se ofrecía para ayudar en lo que hiciera falta: a empaquetar, a hacer gestiones para conseguir una furgoneta para el viaje, a acoger a refugiados en sus casas, etc. Thais y Sonsoles estaban abrumadas por la acogida y apoyo que estaban recibiendo de la gente.
 
Y los hechos se acabaron imponiendo: una furgoneta era insuficiente para llevar tantas cosas, necesitaban otra. Diego -el padre de Thais- enseguida se ofreció a llevar la otra. Iago -su hermano- tampoco tuvo que pensarlo demasiado, iría con su padre para turnarse conduciendo detrás de ellas.
 
KristovAndry y Galyna y el padre Kristof
¿Cómo sabían qué hacía falta llevar? ¿Dónde iban a dejar todas esas cosas? ¿A quién iban a recoger en Polonia para traer a San Sebastián? Thais es muy amiga de Andry y Galyna, unos ucranianos afincados desde hace más de diez años en Gipuzkoa, que llevan a sus hijos al mismo colegio que ella. Ellos tenían una amiga que estaba intentando salir de Ucrania con sus hijos, y que querían acoger en su casa. Por medio de ellos contactaron con otros conocidos. Y luego fueron llamando de distintas asociaciones que se habían enterado que iban a Polonia a recoger refugiados, como la “Asociación Chernobil Elkartea”, para ver si tenían sitio en las furgonetas para traer a más.
 
Los pasajeros de vuelta fueron variando a lo largo de la semana y del viaje, porque algunos ya habían encontrado otro medio para venir o habían cambiado de opinión o incluso de destino. Otros, en cambio, seguían siendo fijos; y eso era lo que les movía fundamentalmente a ir: el hecho de que hubiera personas concretas esperándolas en Polonia que trataban de dejar atrás los horrores de la guerra para poder rehacer sus vidas, aunque siempre a la espera de que la situación mejore y puedan volver con los suyos, con los que se han quedado allí.
 
Además, Thais conocía a un sacerdote polaco, el padre Kristof, que había estado años atrás en Hondarribia de capellán del convento de las carmelitas mientras realizaba su tesis doctoral. Ahora vive en Katowice, una ciudad al este de Cracovia, y colabora con Cáritas. El seminario y el arzobispado se han convertido en centros de acogida de refugiados. Allí llegan a diario cientos de personas para pasar unos días, descansar y decidir qué hacer: irse a otro país en el caso de que tengan familia o amigos, conseguir un lugar donde vivir a través de Cáritas o una familia que los acoja. El padre Kristof les iba poniendo al día de las necesidades y también de refugiados interesados en trasladarse a San Sebastián.
 
De San Sebastián a Polonia
¡Tampoco faltaron dificultades! A cuatro días de salir no tenían todavía furgonetas porque no había manera de que alguien se las alquilara. Los seguros ponían pegas y no se responsabilizaban de un viaje así. Pero con la oración de tantas personas y la red de contactos que habían tejido y formado entre todos, finalmente no solo las consiguieron sino que se las alquilaron gratis.
 
El sábado en Oriaberri era un continuo ir y venir de personas a ayudar. Cajas, bolsas, paquetes, comida… rotular los carteles en tres idiomas (ucraniano, polaco y castellano) para indicar qué había en el interior de cada una y que sea más fácil distribuir el material una vez allí. Y el domingo, por fin, salieron rumbo a Polonia. Tenían por delante 22 horas de viaje. Pero entre llamadas, gestiones, canciones, paradas para comer y ratos de oración… se les pasó el tiempo volando.
 
Y llegaron a Katowice
materialA pesar de que durante el viaje no paró de llover, ya en Katowice pudieron descargar las cosas sin el impedimento y la incomodidad de la lluvia. Allí palparon cómo toda Polonia está volcada en ayudar a los refugiados.
 
Les impresionó la organización que tenían y la cantidad de containers de medicinas, ropa y ayuda humanitaria que llegan de todas partes del mundo. Conocieron también al personal que está al frente de Cáritas, y visitaron los lugares que han habilitado para acoger a los refugiados en estancias de poca y larga duración.
 
Los refugiados ucranianos
Allí conocieron a la amiga de Andry y Galyna y a sus hijos, y al resto de refugiados que iban a traer de vuelta. Iago y Diego tuvieron que ir a Cracovia a recoger a un grupo que se volvía con ellos pero que no había conseguido llegar hasta Katowice. En Praga pararían también para recoger a algún refugiado más. Pero todavía les quedaban dos sitios libres en las furgonetas. Así que fueron de nuevo a Cáritas por si había llegado alguien interesado en viajar a San Sebastián.
 
Allí conocieron a Irina, una médico ya jubilada, viuda, a la que su hijo salvó del incendio provocado por la explosión de una bomba en su edificio, tirando abajo la puerta de su casa. Salió con lo puesto y así llegó tras un viaje agotador a Katowice. Todavía se le veían heridas y quemaduras por el cuerpo causadas por el bombardeo y a los escombros que se le habían caído encima tras la explosión. Y junto a la sensación de alivio por haberse salvado, le invadía también la preocupación y la pena por haber dejado atrás a sus hijos, que no habían querido abandonar Ucrania.
 
Al verlas sonrientes y tras hablar un rato con el padre Kristof, Irina les preguntó si podía irse con ellas. Sonsoles y Thais pensaron que la ayuda que ellas podían prestar era precisamente buscar un lugar donde esa mujer pudiera vivir, ahora que lo había perdido todo de la noche a la mañana, y acompañarla para que pudiera rehacer su vida.
 
El resto de los refugiados que traían iban a casa de familiares o de amigos; todos tenían gente esperándolos salvo ella, que no tenía a nadie. Hicieron unas cuantas gestiones y una supernumeraria de Oriaberri se ofreció para acogerla en su casa. Ya tenían un lugar para ella. Irina se unió al grupo y resultó ser luego la persona más alegre en el viaje de vuelta y la que estuvo más pendiente de cada uno de los refugiados.
 
Y de vuelta en San Sebastián. Ahora empieza lo complicado.
El jueves por la tarde llegaron a San Sebastián las dos furgonetas; esta vez vacías de cajas, pero llenas de personas. Personas agradecidas por la ayuda y el cariño recibido por parte de gente desconocida. Con ganas de volver cuanto antes a su país, a su casa, con su familia. Personas aliviadas por no estar bajo el fuego de metralla y el ruido atronador del bombardeo continuo, pero con un sentimiento de culpabilidad muy grande por haber huido de Ucrania, por no estar allí ayudando a los suyos, con cierta sensación de traición.
 
Ahora, como dicen Sonsoles y Thais, toca lo difícil. Lo fácil era ir allí, lo complicado viene ahora, en el día a día: ayudarles a integrarse en otra cultura, en una ciudad que no conocen, enseñarles el idioma, facilitarles las gestiones burocráticas y de papeleo, ayudarles a buscar trabajo y retomar los estudios en el caso de los niños y adolescentes, y acompañarlos para que el duelo por lo vivido sea más llevadero.
 
En Oriaberri siguen desplegando la creatividad del amor, la imaginación de la caridad, poniendo en marcha todo lo que van viendo que puede ser necesario que les puede facilitar y aliviar. Han montado un mercadillo con ropa y artículos de higiene y de limpieza donde los refugiados que están por la zona pueden ir a determinadas horas a probarse la ropa y coger lo que necesiten.
 
Están coordinando a personas que se ofrecen a ayudar para cubrir todas estas necesidades, poniendo en contacto a familias de acogida con refugiados que no tienen a dónde ir, que llegan a Cáritas Katowice; canalizando ayuda económica, organizando encuentros para que los refugiados se conozcan entre ellos y puedan compartir sus sentimientos con personas que han vivido situaciones similares y hablan el mismo idioma, etc. Y no descartan la idea de volver más adelante si la situación lo requiere; ahora que ya han estado allí, tienen la experiencia y saben lo que hace falta.
 
No todos los ángeles tienen alas
Andry y Galyna lo tienen claro: Thais, Sonsoles, Diego y Iago son ángeles que Dios ha puesto en su camino para ayudarles. Aunque ellos, entre risas y quitándose importancia, dicen que todavía no les han salido alas, ellos siguen convencidos de ello, porque los ángeles tienen muchas formas y aspectos. No es casualidad haberlas conocido y siempre les estarán agradecidos por lo que han hecho y siguen haciendo con tanta naturalidad y cariño por las personas de su país.
 
La caridad tiene muchas caras y una de ellas es la solidaridad, aunque es mucho más. En palabras del Papa Francisco, La caridad cristiana no es simple filantropía sino, por un lado, es mirar al otro con los mismos ojos que Jesús y; por el otro, es ver a Jesús en el rostro del pobre, en el rostro del que sufre. El bien es difusivo, es como el fuego, que una vez que prende no se apaga, pero necesita de alguien que lo inicie. Y eso es lo que Thais y Sonsoles han hecho; esa “idea peregrina” ha sido la chispa que ha provocado el incendio, desencadenando toda una revolución: la creatividad del amor.

RESETTodos queremos poner a cero el marcador de nuestra vida para arreglar las meteduras de pata y recomenzar. ¿Te atreves a pulsar RESET?

La Confesión paso a paso

 

 

Working togetherPersonas de todo el mundo cuentan en qué consiste ser cooperador del Opus Dei y relatan cómo los impulsa en su día a día.

 
“Ser cooperadora es ayudar con lo que puedas”, explica Stefania, una profesora italiana jubilada. Gustavo, brasileño, dice que la Obra le mostró “un camino muy bonito de servicio y entrega a los otros”, en el que su vida tiene más sentido. Kaye, desde Filipinas, confiesa que decidió ser cooperadora porque eso le impulsó a dar más en situaciones de necesidad.
 
Ellos son algunos de los protagonistas de Working together - cooperators of Opus Dei, un documental disponible en Youtube. A través de 16 protagonistas de nueve países diferentes, se describe qué son los cooperadores y de qué forma se relacionan con el Opus Dei.
 
El documental de 22 minutos incluye asimismo palabras de san Josemaría, quien los llamaba “amigos”. “Esto es lo que somos: amigos. Unos amigos que amamos a Jesucristo, que intentamos hacer el bien que podemos, hasta donde podemos y un poquito más del que podemos”, explicó en un encuentro multitudinario, tal como se recoge en las imágenes.
 
El prelado del Opus Dei, Mons. Fernando Ocáriz, les dirige también unas palabras, y les agradece lo que hacen por la Obra y por la Iglesia.

Mariloli y FernandoFernando es policía local en un pueblo andaluz. Reavivó su fe gracias al ejemplo de Mariloli, su mujer. Más tarde, la lectura de 'Camino' reimpulsó su vida cristiana y, agradecido, promovió la entronización de una reliquia de san Josemaría en la iglesia principal de su pueblo.

“Hice la primera comunión y no pisé más una iglesia”, nos cuenta Fernando entretanto nos presenta en una plaza del municipio de La Carlota (Córdoba) a su familia: a su mujer Mariloli y a sus seis hijos, dos de los cuales están en el Seminario Menor de Córdoba.
 
“Con 16 años conocí a la que es mi mujer, Mariloli, y no quería perderla porque la verdad es que estaba muy enamorado de ella: tanto, que comencé a ir los domingos a misa con ella sin saber ni lo que había que hacer; pero bueno, si la gente se ponía de pie, yo seguía su ejemplo y me ponía de pie; de rodillas, pues yo también de rodillas”.
 
Mariloli siempre le dice que hay que dar gracias a Dios “por tener la familia que tenemos, y porque los dos estamos juntos en una misma dirección y así tratamos de hacérselo ver a nuestros hijos: la fortuna que tenemos es que el Señor está con nosotros”.
 
“Querría hacer más”
 
Muy joven, con 22 años, Fernando comenzó las pruebas como policía local en un pueblecito de Córdoba. Entonces y ahora, entre los cometidos que tiene como agente de vigilancia y custodia, todos los días ve muchas situaciones difíciles: maltrato dentro de las familias, el drama de la adicción a la droga entre gente muy joven, la soledad de muchas personas mayores que además apenas se valen por sí mismos…
 
“Muchas veces –explica Fernando– ante todas esas situaciones, querría hacer más y no puedo. Pero si no llego con mis fuerzas trato de llegar con la oración; procuro ver en cada persona a un hijo de Dios; pienso que Jesús derramó su sangre por cada uno de nosotros; y de esta forma alimento la esperanza”.
  
“Cada frase de san Josemaría estaba escrita para mí”
 
Fernando nos cuenta que “este enfoque vital lo he aprendido en la Obra”. Conoció a una persona que había estudiado en el Centro de Promoción Rural Torrealba y le habló de pasada de Camino y del Opus Dei; y él buscó por su cuenta en Internet. “Busqué qué era Camino, y al leerlo me di cuenta de que cada frase de san Josemaría estaba escrita para mí y me movía interiormente”.
 
El impacto que produjo en su vida, en la manera de vivir con su familia, en el modo de enfocar su trabajo, hizo que creciera su devoción por san Josemaría. Y hasta tal punto que promovió, junto con otros feligreses, la entronización de una reliquia del fundador del Opus Dei en la parroquia de la Inmaculada Concepción de La Carlota.
 
“Realmente, primero fue el cuadro: una lámina del retrato de san Josemaría, al que contribuí, junto con otras personas y el apoyo del párroco, para agradecer mi conversión. Y dos años más tarde, un seminarista me dijo que lo que haría falta en poner una reliquia. Y aquí está, para veneración de tantos y tantos fieles: para que Dios les ayude por su intercesión, como hizo conmigo”.

TiagoNacido en Porto de Mós (Leiría), Tiago es un apasionado del automovilismo. Después de muchos años alejado de Dios, asistió a clases de fe católica en un centro del Opus Dei en Oporto. Y Dios entró en su vida a gran velocidad un día en Fátima.

Desde pequeño le ha gustado conducir y el mundo del motor siempre le ha fascinado. Tiago tiene ahora 40 años y conduce en su tiempo libre un pequeño Mini de competición, una máquina bien preparada. El pequeño coche de competición ya ha ayudado a este ingeniero a conseguir varias victorias en competiciones de coches clásicos.
 
La pasión por las cuatro ruedas se intensificó en Oporto, donde estudió Ingeniería Mecánica en la FEUP. Guarda buenos recuerdos de aquellos tiempos. Recuerda un hecho que nunca olvidó: “Mi abuelo murió cuando yo tenía 20 años y estudiaba en Oporto. Eso me hizo preguntarme: ¿a dónde vamos... qué es esto?”.
 
Su relación con Dios era inexistente. Aunque vivía cerca del Santuario de Fátima, veía a los creyentes “como gente aburrida, que seguía reglas, que no era libre, que tenía esa fe y esas prácticas por miedo". Yo veía todo eso de forma reductora y equivocada”.
 
 
"¿Qué es lo que impulsa a toda esta gente?"
 
En aquellos años, un buen amigo me habló de ir a un centro del Opus Dei en Oporto. No tenía especial interés en ir, también porque no sabía qué era aquello. “Ese amigo mío acabó muriendo en un accidente de coche ese verano. Poco después acabé yendo solo a llamar a la puerta de ese centro, porque le tenía mucho cariño a ese amigo”, cuenta.
 
“Tuve la oportunidad de asistir a un curso de doctrina católica -relata Tiago-, algo nuevo para mí. Fue deslumbrante. En ese momento tenía una novia. Fue un noviazgo súper interesante, éramos muy buenos amigos. Y fue ella quien me ayudó a descubrir la belleza de la fe. Recuerdo que ambos fuimos a Fátima, un lugar que apenas había visitado. Me conmovió profundamente. Al ver a toda esa gente en torno a una imagen y un ambiente de gran paz, me vino esta pregunta a la cabeza: ¿qué es lo que mueve a toda esa gente?”.
 
Toda la vida adquiere un espléndido brillo
 
Más tarde Tiago descubrió su vocación al Opus Dei como numerario. Así explica la belleza del celibato y de la entrega a Dios en medio del mundo: “Descubrí un disfrute muy especial en los momentos de oración, notaba cómo mi alma se acercaba a Dios. Y empecé a ver cómo ese amor por otra persona -que no era un obstáculo-, en mi caso tomaba una forma diferente, pues no lo necesitaba para esta felicidad que estaba descubriendo, que estaba tomando forma en mí”.
 
“Y el paso, al aceptar la llamada de Dios, me llevó a exclamar: ¡Vaya... esto es realmente amor! ¡Toda la vida adquiere un brillo esplendoroso, en todo...!”.
 
“Soy ingeniero mecánico -continúa Tiago-, especializado en la gestión del mantenimiento de edificios. La forma en que acometo mis deberes diarios tiene un sentido, lo veo integrado en un plan de Dios para mí que antes no veía”.
 
“Llevo 16 años viviendo en una residencia universitaria. Es genial compartir el tiempo con gente joven, ayudarles a crecer y madurar, manteniendo su personalidad, ayudándoles a ser mejores estudiantes, mejores amigos, mejores hijos”, concluye.
 
 
Temas propuestos para reflexionar después del vídeo
 
1. Nuestra Señora de Fátima
 
Fátima es un tesoro para toda la Iglesia. No es un lujo, porque todo se hace con gran dignidad y sin ostentación. Pero es un tesoro: aquí crecen los corazones y las almas, aquí se toca la Iglesia, se siente la presencia de la Virgen, es algo que no se puede explicar, pero aquí se nota que la oración de la Virgen es muy eficaz.
 
 
2. La vocación al Opus Dei como numerario
 
La disponibilidad de los numerarios para servir a los demás consiste en una auténtica disponibilidad del corazón: la libertad efectiva de vivir sólo para Dios y, a través de él, para los demás, junto con la voluntad de asumir las tareas que sean necesarias en la Obra.
 
 
3. El celibato: una paternidad profunda y real
 
Aunque quien vive el celibato no tiene hijos naturales, se hace capaz de una paternidad profunda y real. Es padre —o madre— de muchos hijos, porque «paternidad es dar vida a los demás» (Papa Francisco, Homilía en Santa Marta, 26-6-2013). Sabe que está en el mundo para cuidar de los demás, mostrándoles, con su vida misma y con su palabra cercana, que solo Dios puede saciar la sed que experimentan.
 

Boda01Esta historia de amor que termina en boda comienza en Puebla, que es el lugar donde Rocío Rondero, una chica mexicana de 27 años que conoció a René, un joven asturiano de Gijón, que se había desplazado por motivos profesionales.

Fue un flechazo a primera vista. Conectaron enseguida. Primero amigos, y muy pronto novios. Todo iba bien, de manera que al poco de haberse conocido, René le dijo a Rocío que, si algún día se llegaban a casar, le gustaría hacerlo en Covadonga, delante de la Santina. Rocío contestó que por supuesto, sin darle mucha importancia a la propuesta: en primer lugar, porque acababan de conocerse, y en segundo lugar, porque René no era creyente, así que lo de una boda en santuario quedaba un poco lejos.
 
Mi padre es cooperador del Opus Dei –dice Rocío- y junto con mi madre, siempre se han preocupado de formarnos a mi hermana y a mí en la religión católica; en cambio, la familia de René, no es creyente ni practicante, aunque de pequeño le bautizaron”.
 
Sin embargo, a pesar de las diferencias religiosas ellos siguieron manteniendo una relación estupenda. Como se vislumbraba que aquello iba en serio, hubo muchas conversaciones sobre el futuro proyecto de vida juntos.
 
“Yo le fui contando a René lo que suponía formar una familia cristiana, abierta a la vida, que educara en la fe a nuestros hijos… René me escuchaba, y un día me dijo que quería empezar a recibir formación cristiana. Poco después hizo la Primera Comunión y recibió el sacramento de la Confirmación. Yo fui su madrina. Llevaba mucho tiempo rezándole a la Virgen por su acercamiento a Dios”.
 
Todo ello fue un motivo de gran alegría, y poco a poco esta relación se iba haciendo más profunda, y lo de pasar la vida juntos pasó de ser una frase de insta-storie a ser un proyecto de vida real. Las familias de ambos se conocieron y empezaron, algunos preparativos en firme de la futura boda.
 
Parecía que todo iba viento en popa, pero pronto surgió el primer inconveniente. Aunque René quería vivir en México, había que empezar a impulsar el negocio desde España. “En ese momento teníamos claro que queríamos estar juntos, y sabíamos que una relación a distancia no era la mejor opción, pero para mí vivir en España era dejarlo todo: familia, trabajo, amigos. Iba a vivir en una ciudad de la que sólo sabía su ubicación geográfica y poco más. El tiempo apremiaba, y yo le pedía en mi oración luces a Dios, para saber qué camino debía escoger… hasta que llegó un día en el que René me preguntó qué decisión había tomado, y mi respuesta fue un sí. Me lancé”.
 
De Puebla a Gijón
 
Rocío viajó a Gijón. Su padre le había animado a ponerse en contacto con algún centro del Opus Dei en esa ciudad, pero ella llegó sin la dirección. Así que un día después de Misa, entró en la librería diocesana, y le preguntó a la dependienta si sabía cómo podía contactar con el Opus Dei.
 
“Me dijo que no sabía, pero un señor joven que estaba al lado ojeando unos libros, al oír nuestra conversación se acercó, y me dijo que su mujer era supernumeraria del Opus Dei, y que si quería, él podía presentármela. Emocionada, le contesté que sí, y a los pocos días me llevó a Naraval, uno de los centros que hay en esta ciudad. Siempre dije que en esta vida no existen las coincidencias, sino las DIOSidencias”.
 
Boda03Rocío comenzó a asistir a los medios de formación y a conocer a otras chicas que iban a Naraval. Al mismo tiempo –ahora sí- empezó a preparar la boda que se prometía inminente. Pero estamos hablando de marzo de 2020, y en esos días empezó el confinamiento, que al principio iban a ser 15 días y luego fueron tres meses…
 
“Tuvimos que parar toda la preparación de la boda. Retomamos los preparativos cuando acabó el confinamiento pero cada vez que parecía que avanzábamos, surgían nuevas dificultades, ya que la pandemia y los contagios no habían terminado, y el protocolo exigía seguir cuidando una serie de medidas sanitarias. Un día de verano fuimos a visitar a la Santina, y allí le pedí a la Virgen que solucionara las cosas para poder celebrar nuestro matrimonio. Yo confiaba totalmente en mi Madre la Virgen, pero la verdad es que a veces me agobiaba”.
 
Entre tanto, se sucedían las conversaciones con su familia que lógicamente querían asistir al enlace. Las fechas bailaban y los nervios iban aumentando.
 
“Una tarde hablé con mis padres, y me dijeron que lo más importante era que recibiéramos el sacramento del matrimonio, aunque ellos no pudieran estar con nosotros, y que ya habría tiempo de celebrarlo. Este apoyo fue vital para que nos decidiéramos a ultimar los preparativos. Eso sí, iba a ser una boda sencilla, y con pocos invitados”.
 
Con la decisión tomada, el apoyo de la familia y el deseo de las personas de Naraval de ayudar en lo que hiciera falta, comenzó para la pareja otra carrera de obstáculos. En las iglesias estaban suspendidas las reuniones y, por lo tanto, los cursos prematrimoniales, pero gracias a un permiso especial y a la ayuda del sacerdote de Naraval, se pudo organizar un curso para ellos dos.
 
Empezaron a buscar dónde se podía celebrar la boda: una parroquia, una capilla… sin descartar su sueño: casarse en Covadonga. “Para casarnos allí, se necesitaba un certificado especial, con el permiso del Abad que justificara el motivo del viaje. Pero, ¡por fin! llegó ese permiso, proponiéndonos celebrar la boda en una pequeña capilla que hay en el interior de la gruta, donde se conserva la imagen réplica de la primitiva de la Virgen”.
 
Eligieron como fecha el 28 de noviembre, que fue el día en que se conocieron. Rocío compró el vestido de novia por Internet, y sus “amigas de Naraval” le proveyeron del resto: una le prestó un chaquetón, otra las arras, otra llevó grabadas varias piezas de música clásica. A la boda asistieron sólo siete personas contando al celebrante, que fue el sacerdote de Naraval.
 
“Resultó todo muy emotivo; al terminar fui a entregar a la Santina mi ramo de novia, en donde con mi corazón lleno de alegría fui a darle las gracias, pues sin planear tanto las cosas, nos concedió nuestro sacramento y qué mejor lugar que bajo su manto. No pudimos celebrarlo materialmente, ya que estaban cerrados todos los hoteles, restaurantes y cafeterías por la pandemia. Pero, para nosotros, eso era lo de menos, lo más importante, ya lo habíamos celebrado. Nos despedimos de nuestros invitados y de camino a casa, nos encontramos con un McDonald’s que estaba abierto, nos bajamos del coche y nos compramos una hamburguesa con un refresco que tomamos felices en casa”.
 
Conectados en la oración
 
Boda00La familia de Rocío, aún con la pena de estar a miles de kilómetros de distancia, estuvo profundamente unida al nuevo matrimonio. “Mis padres –desde Puebla- calcularon la hora de la ceremonia, y madrugaron ese día para rezar desde tres horas antes de que empezara la ceremonia. Querían acompañarnos con la oración en ese momento tan importante de nuestras vidas. Más tarde nos hicieron una videollamada, para felicitarnos por nuestro matrimonio. ¡Fue realmente emocionante!”.
 
Han pasado unos meses desde la boda, y René y Rocío están viviendo de nuevo en Puebla. No olvidarán nunca los preparativos de una boda que terminó en un McDonalds, ni el apoyo humano y espiritual que recibieron de las personas del Opus Dei de Asturias. “Yo he dejado parte de mí, sin duda alguna, en esta tierra asturiana, a los pies de la Santina, y he aprendido a tener fe en la oración. Todo pasa por algo. Dios nos ama y tiene un proyecto divino para cada uno de nosotros, pues nunca deja de caminar a nuestro lado… aunque el camino dé mil vueltas”.

Duni Sawadogo«Tenemos que luchar para que la mujer africana tenga un acceso mayor a la universidad»

 
El Premio Harambee a la Promoción e Igualdad de la Mujer Africana ha sido concedido este año a la científica marfileña Duni Sawadogo, como promotora de mujeres universitarias y científicas y del proyecto “La Mujer y la Ciencia” en su país. También por su lucha contra el tráfico de medicinas falsas que perjudican fundamentalmente a los más vulnerables, como son las mujeres y los niños más pobres.
En opinión de la premiada en esta XII edición, “el mejor modo de ayudar a la promoción de los derechos de la mujer es empeñarse en su escolarización, que permite a la mujer africana salir de la pobreza y sacar adelante su familia. Esto supone que haya profesores y centros de enseñanza, también universidades. Enseñar y estimular es lo que hago todo el día desde hace 27 años”.
 
El premio fue entregado el 4 de marzo por S.A.R. Doña Teresa de Borbón dos Sicilias, Presidenta de Honor de Harambee y D. Nicolas Zombré, Director General del Grupo Pierre Fabre en España. El 5 de marzo tuvo lugar la rueda de prensa con la premiada, también de forma virtual.
 
Duni Sawadogo, es doctora en Farmacia por la Universidad de Abidjan y doctora en Biología Celular y Hematología por la Universidad de Navarra. Es catedrática de Hematología Biológica e investigadora principal en la Facultad de Farmacia de la Universidad Felix Houphouet Boigny, de Abidjan. Pertenece a la American Society of Hematology (ASH)
 
Durante la pandemia, la Dra. Sawadogo ha sido nombrada miembro del Comité de Directivo de la AIRP (Autorité Ivoirienne de Régulation Pharmaceutique). Un organismo similar a la Agencia del Medicamento Europea, que ha aprobado las vacunas contra la covid-19 y que pone a disposición de la población medicinas seguras y de bajo precio, para luchar contra el tráfico de medicinas falsificadas.
 
Desigualdad en el acceso a las vacunas
 
En sus declaraciones a los medios informativos, Duni Sawadogo ha pedido una mayor colaboración internacional en el acceso a las vacunas contra el COVID para evitar la desigualdad en las vacunas disponibles, que en algunos países superan el triple de las dosis necesarias.
 
La científica galardonada pidió “igualdad de derechos para las mujeres”, ya que “la UNESCO estima que hay en el mundo alrededor de 132 millones de mujeres entre 6 y 17 años no escolarizadas. Esto implica que tienen un estatus inferior manteniendo su pobreza y un mayor riesgo de enfermar”.
 
Incrementar el acceso de las mujeres africanas a los estudios
 
Esta doctora en Farmacia y en Biología Celular explicó que “según el Banco Mundial, en 2019 había en el mundo un 41,6 % de mujeres universitarias. En lo que se refiere a mi país, eran un 7,6 por ciento. Pertenezco a ese muy bajo porcentaje de mujeres marfileñas que tuvieron la suerte de hacer estudios universitarios. Tenemos que luchar para que la mujer africana tenga un acceso mayor a la universidad”.
 
Duni Sawadogo se refirió también al tráfico de medicamentos falsos, manipulados o de baja calidad, que “está en relación directa con la resistencia a los antibióticos y antipalúdicos, y con el aumento de los pacientes con insuficiencia renal”.
 
Señaló que según un estudio de la Organización Mundial de la Salud (2017) la toma de medicación falsa o de baja calidad ocasiona cada año la muerte de 320.000 niños menores de 5 años, aquejados de neumonía y paludismo.
 
La Dra. Sawadogo asegura que el tráfico ilegal de medicinas es más lucrativo y genera más dinero que el de la droga y que, aunque se trata de un problema global, África es una región muy afectada.

stuff«Stuff» presenta una conversación con siete matrimonios provenientes de distintos países y de realidades diversas, pero que comparten la misma inquietud: que sus hijos puedan crear relaciones sanas con las cosas materiales y sepan hacer un uso responsable de ellas.

El proyecto y las entrevistas surgieron antes de la llegada de la COVID-19 a nuestras vidas. La situación mundial debida a la pandemia -incluidas sus consecuencias económicas- así como la publicación de la encíclica Fratelli tutti y la convocatoria del próximo Año de la Familia plantean una especial oportunidad para abordar la llamada del Papa a ser “constructores de un nuevo vínculo social”, conscientes de que “la existencia de cada uno de nosotros está ligada a la de los demás: la vida no es tiempo que pasa, sino tiempo de encuentro” (cfr. Fratelli tutti, n. 66).
 
A partir de lo aprendido en la infancia y de sus sueños de futuro, estas parejas reflexionan sobre el estilo de vida sostenible y promotor del bien común que buscan inculcar en sus hijos. Desean transmitirles que sepan disfrutar con lo que tienen y que incluso en situaciones de necesidad o en momentos de asfixia económica, mantengan la esperanza. La cuaresma de este año puede ser un buen marco para esta reflexión.
 
Ofrecemos a continuación dos versiones, breve y larga, del documental, así como una guía descargable para reflexionar y un folleto para compartirlo con amigos.
 

Amorsobreruedas0En el matrimonio de Begoña y Javier las cosas van sobre ruedas porque hace 20 años él sufrió un accidente que le dejó postrado en una silla. Sin embargo eso no les ha impedido ser una pareja feliz y hacer muchas cosas en servicio de los demás.

Año 2001. Javier tenía 26 años y trabajaba de comercial en temas de imagen y sonido. De aquí para allá, carretera arriba, carretera abajo. Uno de esos días, llovía intensamente en Valencia y su coche patinó hacia el carril contrario, por el que en ese momento pasaba un camión que se lo llevó por delante. Se quedó a las puertas de la muerte y —después de semanas de sufrimiento e incertidumbre—, finalmente tetrapléjico.
 
En ese momento llevaba nueve meses saliendo con Begoña, que es agente de viajes. Ella es cooperadora del Opus Dei y le rezaba a san Josemaría y Eduardo Ortiz de Landázuri —un médico del Opus Dei en proceso de beatificación— que Javier saliera adelante: “Estaba tan mal que para mí el milagro es que haya sobrevivido”.
 
Dos años después, en contra de todas las opiniones externas, se casaron. “Pero yo voy a ser tu mujer. Ni tu cuidadora, ni tu enfermera”, le advirtió Begoña. Y así ha sido. Hay muchos momentos en los que ha tenido (y tiene) que cuidar de Javier, pero siempre desde el amor de una esposa.
 
Amorsobreruedas1“En nuestra boda, cuando llegó lo de ¿estáis dispuestos a quereros en la salud y en la enfermedad? dijimos: ¡eso ya lo traemos puesto!”, cuentan divertidos. Sus circunstancias marcan mucho el tipo de vida que llevan, pero para ellos eso no supone un problema, simplemente cuentan con ello y no se dejan llevar por sus expectativas, como recomienda el Papa Francisco en su reciente carta apostólica ‘Patris corde’ (‘Con corazón de padre’).
 
Por ejemplo, el día de su boda, en el baile, recuerda emocionada Begoña que “me subí a la silla de Javier y bailamos así, los dos en la silla. Fue algo inolvidable. Muchos amigos nos dicen que nunca han asistido a un baile de bodas tan bonito”.
 
Hoy, dieciocho años después, Begoña y Javier son padres de una adolescente. “De pequeñita me la ponía en el regazo y la llevaba y traía al colegio en la silla de ruedas”, cuenta Javier. Ahora ella patina a su lado mientras comparten velocidad y confidencias. “Tiene más confianza con su padre que conmigo”, confiesa Begoña.
 
amorsobreruedas2Ella es una mujer de carácter, pero Javier no queda atrás. Todos los días entrena con su silla de ruedas por las calles de Valencia, para recuperar fuerza motora en los brazos: por eso prefiere usar la manual en lugar de la eléctrica. Da largos paseos y excursiones con otros tetrapléjicos.
 
Javier es voluntario de Cruz Roja y vocal de la junta directiva de la Asociación de lesionados medulares (ASPAYM Comunidad Valenciana). Imparte charlas a personas que sufren algún tipo de patología similar a la suya y también interviene, junto con Begoña, en cursos de orientación familiar, contando su testimonio: “Los matrimonios necesitamos formación porque muchos confunden el amor con otra cosa mucho más pobre. Nadie nos enseña que las dificultades se pueden afrontar y superar con éxito. Y hay que empezar por hablar, contarnos las cosas, escucharnos…”.
 
amorsobreruedas3En esta entrevista cuentan su historia y el secreto para mantener en el tiempo su amor a prueba de sufrimientos y dificultades: “Dolor siempre habrá, pero el sufrimiento depende de cómo te lo tomes”.

CatequesisElena Guevara (Caracas)tiene 81 años y es catequista desde hace 30. En plena madurez y con sus hijos ya crecidos, se encontró con una tarea inesperada y providencial.

“Créeme, ha sido una de las experiencias más bonitas que yo he tenido en la vida –asegura Elena– porque la mayor satisfacción es formar y recibir a un nuevo hijo de Dios en la Iglesia”.
 
Catequesis de adultos individuales
 
Elena nació en un hogar cristiano y cuando formó el suyo procuró inculcar la fe y los valores a sus hijos. Tuvo la oportunidad de conocer el Opus Dei y, a inicio de los años noventa, realizó un curso de intensa formación cristiana que le dio base para lo que Dios le pondría en el camino: formar a personas adultas que emprendían su camino de fe en la religión católica.
 
Cuando el párroco de la iglesia de La Natividad del Señor, en Caracas, se enteró, casualmente, de que una de sus feligreses estaba recibiendo una sólida formación cristiana no dudó en pedirle su apoyo para la catequesis de adultos.
 
“Te voy a ser franca –relata Elena–, al comienzo yo me asusté un poquito porque no es lo mismo que instruir a un niño. Tú sabes que para dar catequesis a adultos que se van a bautizar hay que empezar desde Creo en Dios Padre Todopoderoso hasta qué es la vida eterna”.
 
Las clases con adultos las imparte de manera individual para que se sientan libres de preguntar lo que quieran. “Para mí es esencial que no seas sólo tú la que habla –explica–, dejarle abierta una puerta para que él te pregunte sus dudas, lo que no entiende y hasta lo que no le parece bien”.
 
¿Por qué piden bautizarse cuando son adultos?
 
Pero ¿por qué después de adulto alguien decide bautizarse? “No se puede vivir sin Dios y llegan momentos en que necesitas buscar a un Ser Supremo: ‘Quiero tener a un Dios cercano, que yo conozca, que le pueda llegar, pedir, que me oiga’”, le comentan los catecúmenos a Elena.
 
Querer conocer al Dios Padre Creador es el mayor impulso que tienen estas personas para bautizarse. A estas alturas de la vida no son sus padres o sus abuelos los que los convencen de hacerlo. Su necesidad interior es el mayor estímulo.
 
Aunque a algunos les dé vergüenza recibir los sacramentos siendo mayores, se sobreponen a ello. Cuenta Elena el caso de un señor que se preparaba para recibir el bautismo: “Cuando le pregunté cómo quería que fuera su bautizo, él me dijo que en la iglesia de Coche porque el párroco era su amigo”. Dice Elena que fue algo muy lindo ver a un hombre de más de 30 años rodeado de niños, feliz con su vela, recibiendo el sacramento. “Uno empieza con respetos humanos, con el qué dirán y él –muy valiente– se bautizó en Coche con 22 muchachitos más”.
 
Aunque la experiencia ha sido muy gratificante, también los momentos difíciles han enseñado mucho a esta catequista. “Ha habido personas que se están preparando, pero luego dicen se echan para atrás. Se van cuando van descubriendo que hay responsabilidades como cristianos. Dicen: ‘yo no quiero, no voy a ir todos los domingos a misa, no voy a cumplir los diez mandamientos’. Pero yo prefiero eso, a que digan sí y después no cumplan”.
 
Desde el principio hay que ser muy sinceros con ellos, aclara Elena. “Yo rezo por ellos siempre, para que sean buenos cristianos y para que yo lo haga bien, porque me tocó a mí ser el cauce por el que entraran a la Iglesia católica”.
 
Una joven sordomuda, un hijo de madre judía y un niño de 10 años
 
Otro reto ha sido catequizar a una joven sordomuda. Fue un reto hermoso. Ella está convencida de que el Espíritu Santo le presta una ayuda adicional para casos especiales.
 
En otra ocasión preparó a un muchacho, hijo de madre judía y padre católico. El día de su bautizo, la mamá le pidió al sacerdote poder darle la bendición del rito judío a su hijo. El padre le contestó alegremente: “Claro que sí, así bendecía la Virgen María a su hijo Jesús, la judía más perfecta que ha habido”.
 
Su experiencia con niños ha sido menor, pero siempre ha aprendido de la ingenuidad de los pequeños. Recuerda especialmente una vivencia: “Él tenía 10 años y yo estaba muy emocionada el día de su bautizo. Cuando terminan de echarle el agua, él no levantaba la cabeza y el sacerdote se la levantó, vio que estaba llorando y cuando le preguntó qué le sucedía, dijo: ‘Es que me emocioné’. Más adelante me contó que él le estaba diciendo al Espíritu Santo: sé mi amigo, o, mejor, sé mi pana” (pana en Venezuela significa mejor amigo, o muy buenos amigos).
 
Ya han pasado 30 años y Elena asegura que ser catequista ha sido una de las experiencias más bellas que ha tenido en su vida. “Cada vez que alguno se bautiza, que hay un nuevo hijo de Dios en la Iglesia, le digo al Señor: ‘Aquí te lo entrego’”.
 
La labor de Elena ha tocado muchos corazones y ver tantas conversiones también ha tocado el suyo. Cada nuevo cristiano en la Iglesia le impulsa a continuar con este gran trabajo. Recuerda especialmente el 17 de mayo de 1992, día en que beatificaron a San Josemaría. Ella estaba en Caracas en el bautizo de una muchacha y decía: “Padre Josemaría, no estoy allá en Roma, pero te estoy dando el mejor regalo que vas a recibir hoy, el que te estamos dando aquí en esta parroquia”.

San Jos Vatican News3

 

 

Con la Carta apostólica ‘Patris corde’ (‘Con corazón de padre’), el Pontífice recuerda el 150 aniversario de la declaración de san José como Patrono de la Iglesia Universal y, con motivo de esta ocasión, a partir del 8 de diciembre de 2020 y hasta el 8 de diciembre de 2021 se celebrará un año dedicado especialmente a él.

 Sumario
 
Con corazón de padre: así José amó a Jesús, llamado en los cuatro Evangelios «el hijo de José»[1].
 
Los dos evangelistas que evidenciaron su figura, Mateo y Lucas, refieren poco, pero lo suficiente para entender qué tipo de padre fuese y la misión que la Providencia le confió.
 
Sabemos que fue un humilde carpintero (cf. Mt 13,55), desposado con María (cf. Mt 1,18; Lc 1,27); un «hombre justo» (Mt 1,19), siempre dispuesto a hacer la voluntad de Dios manifestada en su ley (cf. Lc 2,22.27.39) y a través de los cuatro sueños que tuvo (cf. Mt 1,20; 2,13.19.22). Después de un largo y duro viaje de Nazaret a Belén, vio nacer al Mesías en un pesebre, porque en otro sitio «no había lugar para ellos» (Lc 2,7). Fue testigo de la adoración de los pastores (cf. Lc 2,8-20) y de los Magos (cf. Mt 2,1-12), que representaban respectivamente el pueblo de Israel y los pueblos paganos.
 
Tuvo la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús, a quien dio el nombre que le reveló el ángel: «Tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Como se sabe, en los pueblos antiguos poner un nombre a una persona o a una cosa significaba adquirir la pertenencia, como hizo Adán en el relato del Génesis (cf. 2,19-20).
 
En el templo, cuarenta días después del nacimiento, José, junto a la madre, presentó el Niño al Señor y escuchó sorprendido la profecía que Simeón pronunció sobre Jesús y María (cf. Lc 2,22-35). Para proteger a Jesús de Herodes, permaneció en Egipto como extranjero (cf. Mt 2,13-18). De regreso en su tierra, vivió de manera oculta en el pequeño y desconocido pueblo de Nazaret, en Galilea —de donde, se decía: “No sale ningún profeta” y “no puede salir nada bueno” (cf. Jn 7,52; 1,46)—, lejos de Belén, su ciudad de origen, y de Jerusalén, donde estaba el templo. Cuando, durante una peregrinación a Jerusalén, perdieron a Jesús, que tenía doce años, él y María lo buscaron angustiados y lo encontraron en el templo mientras discutía con los doctores de la ley (cf. Lc 2,41-50).
 
Después de María, Madre de Dios, ningún santo ocupa tanto espacio en el Magisterio pontificio como José, su esposo. Mis predecesores han profundizado en el mensaje contenido en los pocos datos transmitidos por los Evangelios para destacar su papel central en la historia de la salvación: el beato Pío IX lo declaró «Patrono de la Iglesia Católica»[2], el venerable Pío XII lo presentó como “Patrono de los trabajadores”[3] y san Juan Pablo II como «Custodio del Redentor»[4]. El pueblo lo invoca como «Patrono de la buena muerte»[5].
 
Por eso, al cumplirse ciento cincuenta años de que el beato Pío IX, el 8 de diciembre de 1870, lo declarara como Patrono de la Iglesia Católica, quisiera —como dice Jesús— que “la boca hable de aquello de lo que está lleno el corazón” (cf. Mt 12,34), para compartir con ustedes algunas reflexiones personales sobre esta figura extraordinaria, tan cercana a nuestra condición humana.
 
Este deseo ha crecido durante estos meses de pandemia, en los que podemos experimentar, en medio de la crisis que nos está golpeando, que «nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo. […] Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos»[6].
 
Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación. A todos ellos va dirigida una palabra de reconocimiento y de gratitud.
 
1. Padre amado
 
La grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el esposo de María y el padre de Jesús. En cuanto tal, «entró en el servicio de toda la economía de la encarnación», como dice san Juan Crisóstomo[7].
 
San Pablo VI observa que su paternidad se manifestó concretamente «al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio al misterio de la Encarnación y a la misión redentora que le está unida; al haber utilizado la autoridad legal, que le correspondía en la Sagrada Familia, para hacer de ella un don total de sí mismo, de su vida, de su trabajo; al haber convertido su vocación humana de amor doméstico en la oblación sobrehumana de sí mismo, de su corazón y de toda capacidad en el amor puesto al servicio del Mesías nacido en su casa»[8].
 
Por su papel en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano, como lo demuestra el hecho de que se le han dedicado numerosas iglesias en todo el mundo; que muchos institutos religiosos, hermandades y grupos eclesiales se inspiran en su espiritualidad y llevan su nombre; y que desde hace siglos se celebran en su honor diversas representaciones sagradas. Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre ellos Teresa de Ávila, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía a otros para que le fueran devotos[9].
 
En todos los libros de oraciones se encuentra alguna oración a san José. Invocaciones particulares que le son dirigidas todos los miércoles y especialmente durante todo el mes de marzo, tradicionalmente dedicado a él[10].
 
La confianza del pueblo en san José se resume en la expresión “Ite ad Ioseph”, que hace referencia al tiempo de hambruna en Egipto, cuando la gente le pedía pan al faraón y él les respondía: «Vayan donde José y hagan lo que él les diga» (Gn 41,55). Se trataba de José el hijo de Jacob, a quien sus hermanos vendieron por envidia (cf. Gn 37,11-28) y que —siguiendo el relato bíblico— se convirtió posteriormente en virrey de Egipto (cf. Gn 41,41-44).
 
Como descendiente de David (cf. Mt 1,16.20), de cuya raíz debía brotar Jesús según la promesa hecha a David por el profeta Natán (cf. 2 Sam 7), y como esposo de María de Nazaret, san José es la pieza que une el Antiguo y el Nuevo Testamento.
 
2. Padre en la ternura
 
José vio a Jesús progresar día tras día «en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y los hombres» (Lc 2,52). Como hizo el Señor con Israel, así él “le enseñó a caminar, y lo tomaba en sus brazos: era para él como el padre que alza a un niño hasta sus mejillas, y se inclina hacia él para darle de comer” (cf. Os 11,3-4).
 
Jesús vio la ternura de Dios en José: «Como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por quienes lo temen» (Sal 103,13).
 
En la sinagoga, durante la oración de los Salmos, José ciertamente habrá oído el eco de que el Dios de Israel es un Dios de ternura[11], que es bueno para todos y «su ternura alcanza a todas las criaturas» (Sal 145,9).
 
La historia de la salvación se cumple creyendo «contra toda esperanza» (Rm 4,18) a través de nuestras debilidades. Muchas veces pensamos que Dios se basa sólo en la parte buena y vencedora de nosotros, cuando en realidad la mayoría de sus designios se realizan a través y a pesar de nuestra debilidad. Esto es lo que hace que san Pablo diga: «Para que no me engría tengo una espina clavada en el cuerpo, un emisario de Satanás que me golpea para que no me engría. Tres veces le he pedido al Señor que la aparte de mí, y él me ha dicho: “¡Te basta mi gracia!, porque mi poder se manifiesta plenamente en la debilidad”» (2 Co 12,7-9).
 
Si esta es la perspectiva de la economía de la salvación, debemos aprender a aceptar nuestra debilidad con intensa ternura[12].
 
El Maligno nos hace mirar nuestra fragilidad con un juicio negativo, mientras que el Espíritu la saca a la luz con ternura. La ternura es el mejor modo para tocar lo que es frágil en nosotros. El dedo que señala y el juicio que hacemos de los demás son a menudo un signo de nuestra incapacidad para aceptar nuestra propia debilidad, nuestra propia fragilidad. Sólo la ternura nos salvará de la obra del Acusador (cf. Ap 12,10). Por esta razón es importante encontrarnos con la Misericordia de Dios, especialmente en el sacramento de la Reconciliación, teniendo una experiencia de verdad y ternura. Paradójicamente, incluso el Maligno puede decirnos la verdad, pero, si lo hace, es para condenarnos. Sabemos, sin embargo, que la Verdad que viene de Dios no nos condena, sino que nos acoge, nos abraza, nos sostiene, nos perdona. La Verdad siempre se nos presenta como el Padre misericordioso de la parábola (cf. Lc 15,11-32): viene a nuestro encuentro, nos devuelve la dignidad, nos pone nuevamente de pie, celebra con nosotros, porque «mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado» (v. 24).
 
También a través de la angustia de José pasa la voluntad de Dios, su historia, su proyecto. Así, José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad. Y nos enseña que, en medio de las tormentas de la vida, no debemos tener miedo de ceder a Dios el timón de nuestra barca. A veces, nosotros quisiéramos tener todo bajo control, pero Él tiene siempre una mirada más amplia.
 
3. Padre en la obediencia
 
Así como Dios hizo con María cuando le manifestó su plan de salvación, también a José le reveló sus designios y lo hizo a través de sueños que, en la Biblia, como en todos los pueblos antiguos, eran considerados uno de los medios por los que Dios manifestaba su voluntad[13].
 
José estaba muy angustiado por el embarazo incomprensible de María; no quería «denunciarla públicamente»[14], pero decidió «romper su compromiso en secreto» (Mt 1,19). En el primer sueño el ángel lo ayudó a resolver su grave dilema: «No temas aceptar a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella proviene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,20-21). Su respuesta fue inmediata: «Cuando José despertó del sueño, hizo lo que el ángel del Señor le había mandado» (Mt 1,24). Con la obediencia superó su drama y salvó a María.
 
En el segundo sueño el ángel ordenó a José: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y huye a Egipto; quédate allí hasta que te diga, porque Herodes va a buscar al niño para matarlo» (Mt 2,13). José no dudó en obedecer, sin cuestionarse acerca de las dificultades que podía encontrar: «Se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto, donde estuvo hasta la muerte de Herodes» (Mt 2,14-15).
 
En Egipto, José esperó con confianza y paciencia el aviso prometido por el ángel para regresar a su país. Y cuando en un tercer sueño el mensajero divino, después de haberle informado que los que intentaban matar al niño habían muerto, le ordenó que se levantara, que tomase consigo al niño y a su madre y que volviera a la tierra de Israel (cf. Mt 2,19-20), él una vez más obedeció sin vacilar: «Se levantó, tomó al niño y a su madre y entró en la tierra de Israel» (Mt 2,21).
 
Pero durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí y, avisado en sueños —y es la cuarta vez que sucedió—, se retiró a la región de Galilea y se fue a vivir a un pueblo llamado Nazaret» (Mt 2,22-23).
 
El evangelista Lucas, por su parte, relató que José afrontó el largo e incómodo viaje de Nazaret a Belén, según la ley del censo del emperador César Augusto, para empadronarse en su ciudad de origen. Y fue precisamente en esta circunstancia que Jesús nació y fue asentado en el censo del Imperio, como todos los demás niños (cf. Lc 2,1-7).
 
San Lucas, en particular, se preocupó de resaltar que los padres de Jesús observaban todas las prescripciones de la ley: los ritos de la circuncisión de Jesús, de la purificación de María después del parto, de la presentación del primogénito a Dios (cf. 2,21-24)[15].
 
En cada circunstancia de su vida, José supo pronunciar su “fiat”, como María en la Anunciación y Jesús en Getsemaní.
 
José, en su papel de cabeza de familia, enseñó a Jesús a ser sumiso a sus padres, según el mandamiento de Dios (cf. Ex 20,12).
 
En la vida oculta de Nazaret, bajo la guía de José, Jesús aprendió a hacer la voluntad del Padre. Dicha voluntad se transformó en su alimento diario (cf. Jn 4,34). Incluso en el momento más difícil de su vida, que fue en Getsemaní, prefirió hacer la voluntad del Padre y no la suya propia[16] y se hizo «obediente hasta la muerte […] de cruz» (Flp 2,8). Por ello, el autor de la Carta a los Hebreos concluye que Jesús «aprendió sufriendo a obedecer» (5,8).
 
Todos estos acontecimientos muestran que José «ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y es verdaderamente “ministro de la salvación”»[17].
 
4. Padre en la acogida
 
José acogió a María sin poner condiciones previas. Confió en las palabras del ángel. «La nobleza de su corazón le hace supeditar a la caridad lo aprendido por ley; y hoy, en este mundo donde la violencia psicológica, verbal y física sobre la mujer es patente, José se presenta como figura de varón respetuoso, delicado que, aun no teniendo toda la información, se decide por la fama, dignidad y vida de María. Y, en su duda de cómo hacer lo mejor, Dios lo ayudó a optar iluminando su juicio»[18].
 
Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia. Si no nos reconciliamos con nuestra historia, ni siquiera podremos dar el paso siguiente, porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las consiguientes decepciones.
 
La vida espiritual de José no nos muestra una vía que explica, sino una vía que acoge. Sólo a partir de esta acogida, de esta reconciliación, podemos también intuir una historia más grande, un significado más profundo. Parecen hacerse eco las ardientes palabras de Job que, ante la invitación de su esposa a rebelarse contra todo el mal que le sucedía, respondió: «Si aceptamos de Dios los bienes, ¿no vamos a aceptar los males?» (Jb 2,10).
 
José no es un hombre que se resigna pasivamente. Es un protagonista valiente y fuerte. La acogida es un modo por el que se manifiesta en nuestra vida el don de la fortaleza que nos viene del Espíritu Santo. Sólo el Señor puede darnos la fuerza para acoger la vida tal como es, para hacer sitio incluso a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia.
 
La venida de Jesús en medio de nosotros es un regalo del Padre, para que cada uno pueda reconciliarse con la carne de su propia historia, aunque no la comprenda del todo.
 
Como Dios dijo a nuestro santo: «José, hijo de David, no temas» (Mt 1,20), parece repetirnos también a nosotros: “¡No tengan miedo!”. Tenemos que dejar de lado nuestra ira y decepción, y hacer espacio —sin ninguna resignación mundana y con una fortaleza llena de esperanza— a lo que no hemos elegido, pero está allí. Acoger la vida de esta manera nos introduce en un significado oculto. La vida de cada uno de nosotros puede comenzar de nuevo milagrosamente, si encontramos la valentía para vivirla según lo que nos dice el Evangelio. Y no importa si ahora todo parece haber tomado un rumbo equivocado y si algunas cuestiones son irreversibles. Dios puede hacer que las flores broten entre las rocas. Aun cuando nuestra conciencia nos reprocha algo, Él «es más grande que nuestra conciencia y lo sabe todo» (1 Jn 3,20).
 
El realismo cristiano, que no rechaza nada de lo que existe, vuelve una vez más. La realidad, en su misteriosa irreductibilidad y complejidad, es portadora de un sentido de la existencia con sus luces y sombras. Esto hace que el apóstol Pablo afirme: «Sabemos que todo contribuye al bien de quienes aman a Dios» (Rm 8,28). Y san Agustín añade: «Aun lo que llamamos mal (etiam illud quod malum dicitur)»[19]. En esta perspectiva general, la fe da sentido a cada acontecimiento feliz o triste.
 
Entonces, lejos de nosotros el pensar que creer significa encontrar soluciones fáciles que consuelan. La fe que Cristo nos enseñó es, en cambio, la que vemos en san José, que no buscó atajos, sino que afrontó “con los ojos abiertos” lo que le acontecía, asumiendo la responsabilidad en primera persona.
 
La acogida de José nos invita a acoger a los demás, sin exclusiones, tal como son, con preferencia por los débiles, porque Dios elige lo que es débil (cf. 1 Co 1,27), es «padre de los huérfanos y defensor de las viudas» (Sal 68,6) y nos ordena amar al extranjero[20]. Deseo imaginar que Jesús tomó de las actitudes de José el ejemplo para la parábola del hijo pródigo y el padre misericordioso (cf. Lc 15,11-32).
 
5. Padre de la valentía creativa
 
Si la primera etapa de toda verdadera curación interior es acoger la propia historia, es decir, hacer espacio dentro de nosotros mismos incluso para lo que no hemos elegido en nuestra vida, necesitamos añadir otra característica importante: la valentía creativa. Esta surge especialmente cuando encontramos dificultades. De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener.
 
Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre, que cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lc 2,6-7). Ante el peligro inminente de Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un sueño para protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mt 2,13-14).
 
De una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia.
 
Si a veces pareciera que Dios no nos ayuda, no significa que nos haya abandonado, sino que confía en nosotros, en lo que podemos planear, inventar, encontrar.
 
Es la misma valentía creativa que mostraron los amigos del paralítico que, para presentarlo a Jesús, lo bajaron del techo (cf. Lc 5,17-26). La dificultad no detuvo la audacia y la obstinación de esos amigos. Ellos estaban convencidos de que Jesús podía curar al enfermo y «como no pudieron introducirlo por causa de la multitud, subieron a lo alto de la casa y lo hicieron bajar en la camilla a través de las tejas, y lo colocaron en medio de la gente frente a Jesús. Jesús, al ver la fe de ellos, le dijo al paralítico: “¡Hombre, tus pecados quedan perdonados!”» (vv. 19-20). Jesús reconoció la fe creativa con la que esos hombres trataron de traerle a su amigo enfermo.
 
El Evangelio no da ninguna información sobre el tiempo en que María, José y el Niño permanecieron en Egipto. Sin embargo, lo que es cierto es que habrán tenido necesidad de comer, de encontrar una casa, un trabajo. No hace falta mucha imaginación para llenar el silencio del Evangelio a este respecto. La Sagrada Familia tuvo que afrontar problemas concretos como todas las demás familias, como muchos de nuestros hermanos y hermanas migrantes que incluso hoy arriesgan sus vidas forzados por las adversidades y el hambre. A este respecto, creo que san José sea realmente un santo patrono especial para todos aquellos que tienen que dejar su tierra a causa de la guerra, el odio, la persecución y la miseria.
 
Al final de cada relato en el que José es el protagonista, el Evangelio señala que él se levantó, tomó al Niño y a su madre e hizo lo que Dios le había mandado (cf. Mt 1,24; 2,14.21). De hecho, Jesús y María, su madre, son el tesoro más preciado de nuestra fe[21].
 
En el plan de salvación no se puede separar al Hijo de la Madre, de aquella que «avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con su Hijo hasta la cruz»[22].
 
Debemos preguntarnos siempre si estamos protegiendo con todas nuestras fuerzas a Jesús y María, que están misteriosamente confiados a nuestra responsabilidad, a nuestro cuidado, a nuestra custodia. El Hijo del Todopoderoso viene al mundo asumiendo una condición de gran debilidad. Necesita de José para ser defendido, protegido, cuidado, criado. Dios confía en este hombre, del mismo modo que lo hace María, que encuentra en José no sólo al que quiere salvar su vida, sino al que siempre velará por ella y por el Niño. En este sentido, san José no puede dejar de ser el Custodio de la Iglesia, porque la Iglesia es la extensión del Cuerpo de Cristo en la historia, y al mismo tiempo en la maternidad de la Iglesia se manifiesta la maternidad de María[23]. José, a la vez que continúa protegiendo a la Iglesia, sigue amparando al Niño y a su madre, y nosotros también, amando a la Iglesia, continuamos amando al Niño y a su madre.
 
Este Niño es el que dirá: «Les aseguro que siempre que ustedes lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron» (Mt 25,40). Así, cada persona necesitada, cada pobre, cada persona que sufre, cada moribundo, cada extranjero, cada prisionero, cada enfermo son “el Niño” que José sigue custodiando. Por eso se invoca a san José como protector de los indigentes, los necesitados, los exiliados, los afligidos, los pobres, los moribundos. Y es por lo mismo que la Iglesia no puede dejar de amar a los más pequeños, porque Jesús ha puesto en ellos su preferencia, se identifica personalmente con ellos. De José debemos aprender el mismo cuidado y responsabilidad: amar al Niño y a su madre; amar los sacramentos y la caridad; amar a la Iglesia y a los pobres. En cada una de estas realidades está siempre el Niño y su madre.
 
6. Padre trabajador
 
Un aspecto que caracteriza a san José y que se ha destacado desde la época de la primera Encíclica social, la Rerum novarum de León XIII, es su relación con el trabajo. San José era un carpintero que trabajaba honestamente para asegurar el sustento de su familia. De él, Jesús aprendió el valor, la dignidad y la alegría de lo que significa comer el pan que es fruto del propio trabajo.
 
En nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber vuelto a representar una urgente cuestión social y el desempleo alcanza a veces niveles impresionantes, aun en aquellas naciones en las que durante décadas se ha experimentado un cierto bienestar, es necesario, con una conciencia renovada, comprender el significado del trabajo que da dignidad y del que nuestro santo es un patrono ejemplar.
 
El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización no sólo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia. Una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento digno?
 
La persona que trabaja, cualquiera que sea su tarea, colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para todos un llamado a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo para dar lugar a una nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. La obra de san José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a san José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!
 
7. Padre en la sombra
 
El escritor polaco Jan Dobraczyński, en su libro La sombra del Padre[24], noveló la vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos. Pensemos en aquello que Moisés recuerda a Israel: «En el desierto, donde viste cómo el Señor, tu Dios, te cuidaba como un padre cuida a su hijo durante todo el camino» (Dt 1,31). Así José ejercitó la paternidad durante toda su vida[25].
 
Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él.
 
En la sociedad de nuestro tiempo, los niños a menudo parecen no tener padre. También la Iglesia de hoy en día necesita padres. La amonestación dirigida por san Pablo a los Corintios es siempre oportuna: «Podrán tener diez mil instructores, pero padres no tienen muchos» (1 Co 4,15); y cada sacerdote u obispo debería poder decir como el Apóstol: «Fui yo quien los engendré para Cristo al anunciarles el Evangelio» (ibíd.). Y a los Gálatas les dice: «Hijos míos, por quienes de nuevo sufro dolores de parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (4,19).
 
Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir. Quizás por esta razón la tradición también le ha puesto a José, junto al apelativo de padre, el de “castísimo”. No es una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor. El amor que quiere poseer, al final, siempre se vuelve peligroso, aprisiona, sofoca, hace infeliz. Dios mismo amó al hombre con amor casto, dejándolo libre incluso para equivocarse y ponerse en contra suya. La lógica del amor es siempre una lógica de libertad, y José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro. Supo cómo descentrarse, para poner a María y a Jesús en el centro de su vida.
 
La felicidad de José no está en la lógica del auto-sacrificio, sino en el don de sí mismo. Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. El mundo necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo, servicio con servilismo, confrontación con opresión, caridad con asistencialismo, fuerza con destrucción. Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio. También en el sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí misma deteniéndose sólo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad, tristeza y frustración.
 
La paternidad que rehúsa la tentación de vivir la vida de los hijos está siempre abierta a nuevos espacios. Cada niño lleva siempre consigo un misterio, algo inédito que sólo puede ser revelado con la ayuda de un padre que respete su libertad. Un padre que es consciente de que completa su acción educativa y de que vive plenamente su paternidad sólo cuando se ha hecho “inútil”, cuando ve que el hijo ha logrado ser autónomo y camina solo por los senderos de la vida, cuando se pone en la situación de José, que siempre supo que el Niño no era suyo, sino que simplemente había sido confiado a su cuidado. Después de todo, eso es lo que Jesús sugiere cuando dice: «No llamen “padre” a ninguno de ustedes en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9).
 
Siempre que nos encontremos en la condición de ejercer la paternidad, debemos recordar que nunca es un ejercicio de posesión, sino un “signo” que nos evoca una paternidad superior. En cierto sentido, todos nos encontramos en la condición de José: sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo.
 
* * *
 
«Levántate, toma contigo al niño y a su madre» (Mt 2,13), dijo Dios a san José.
 
El objetivo de esta Carta apostólica es que crezca el amor a este gran santo, para ser impulsados a implorar su intercesión e imitar sus virtudes, como también su resolución.
 
En efecto, la misión específica de los santos no es sólo la de conceder milagros y gracias, sino la de interceder por nosotros ante Dios, como hicieron Abrahán[26] y Moisés[27], como hace Jesús, «único mediador» (1 Tm 2,5), que es nuestro «abogado» ante Dios Padre (1 Jn 2,1), «ya que vive eternamente para interceder por nosotros» (Hb 7,25; cf. Rm 8,34).
 
Los santos ayudan a todos los fieles «a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad»[28]. Su vida es una prueba concreta de que es posible vivir el Evangelio.
 
Jesús dijo: «Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), y ellos a su vez son ejemplos de vida a imitar. San Pablo exhortó explícitamente: «Vivan como imitadores míos» (1 Co 4,16)[29]. San José lo dijo a través de su elocuente silencio.
 
Ante el ejemplo de tantos santos y santas, san Agustín se preguntó: «¿No podrás tú lo que éstos y éstas?». Y así llegó a la conversión definitiva exclamando: «¡Tarde te amé, belleza tan antigua y tan nueva!»[30].
 
No queda más que implorar a san José la gracia de las gracias: nuestra conversión.
 
A él dirijamos nuestra oración:
 
Salve, custodio del Redentory esposo de la Virgen María.A ti Dios confió a su Hijo,en ti María depositó su confianza,contigo Cristo se forjó como hombre.
 
Oh, bienaventurado José,muéstrate padre también a nosotrosy guíanos en el camino de la vida.Concédenos gracia, misericordia y valentía,y defiéndenos de todo mal. Amén.
 
Roma, en San Juan de Letrán, 8 de diciembre, Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María, del año 2020, octavo de mi pontificado.
 
Francisco
 
[1] Lc 4,22; Jn 6,42; cf. Mt 13,55; Mc 6,3.
 
[2] S. Rituum Congreg., Quemadmodum Deus (8 diciembre 1870): ASS 6 (1870-71), 194.
 
[3] Cf. Discurso a las Asociaciones cristianas de Trabajadores italianos con motivo de la Solemnidad de san José obrero (1 mayo 1955): AAS 47 (1955), 406.
 
[4] Exhort. ap. Redemptoris custos (15 agosto 1989): AAS 82 (1990), 5-34.
 
[5] Catecismo de la Iglesia Católica, 1014.
 
[6] Meditación en tiempos de pandemia (27 marzo 2020): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (3 abril 2020), p. 3.
 
[7] In Matth. Hom, V, 3: PG 57, 58.
 
[8] Homilía (19 marzo 1966): Insegnamenti di Paolo VI, IV (1966), 110.
 
[9] Cf. Libro de la vida, 6, 6-8.
 
[10] Todos los días, durante más de cuarenta años, después de Laudes, recito una oración a san José tomada de un libro de devociones francés del siglo XIX, de la Congregación de las Religiosas de Jesús y María, que expresa devoción, confianza y un cierto reto a san José: «Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles, ven en mi ayuda en estos momentos de angustia y dificultad. Toma bajo tu protección las situaciones tan graves y difíciles que te confío, para que tengan una buena solución. Mi amado Padre, toda mi confianza está puesta en ti. Que no se diga que te haya invocado en vano y, como puedes hacer todo con Jesús y María, muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder. Amén».
 
[11] Cf. Dt 4,31; Sal 69,17; 78,38; 86,5; 111,4; 116,5; Jr 31,20.
 
[12] Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013), 88, 288: AAS 105 (2013), 1057, 1136-1137.
 
[13] Cf. Gn 20,3; 28,12; 31,11.24; 40,8; 41,1-32; Nm 12,6; 1 Sam 3,3-10; Dn 2; 4; Jb 33,15.
 
[14] En estos casos estaba prevista la lapidación (cf. Dt 22,20-21).
 
[15] Cf. Lv 12,1-8; Ex 13,2.
 
[16] Cf. Mt 26,39; Mc 14,36; Lc 22,42.
 
[17] S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Redemptoris custos (15 agosto 1989), 8: AAS 82 (1990), 14.
 
[18] Homilía en la Santa Misa con beatificaciones, Villavicencio – Colombia (8 septiembre 2017): AAS 109 (2017), 1061.
 
[19] Enchiridion de fide, spe et caritate, 3.11: PL 40, 236.
 
[20] Cf. Dt 10,19; Ex 22,20-22; Lc 10,29-37.
 
[21] Cf. S. Rituum Congreg., Quemadmodum Deus (8 diciembre 1870): ASS 6 (1870-71), 193; B. Pío IX, Carta ap. Inclytum Patriarcham (7 julio 1871): l.c., 324-327.
 
[22] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 58.
 
[23] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 963-970.
 
[24] Edición original: Cień Ojca, Varsovia 1977.
 
[25] Cf. S. Juan Pablo II, Exhort. ap. Redemptoris custos, 7-8: AAS 82 (1990), 12-16.
 
[26] Cf. Gn 18,23-32.
 
[27] Cf. Ex 17,8-13; 32,30-35.
 
[28] Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, 42.
 
[29] Cf. 1 Co 11,1; Flp 3,17; 1 Ts 1,6.
 
 
[30] Confesiones, 8, 11, 27: PL 32, 761; 10, 27, 38: PL 32, 795.
 
Decreto con el que se concede el don de indulgencias especiales con ocasión del Año de San José
 
El obsequio de indulgencias especiales se concede con motivo del Año de San José, anunciado por el Papa Francisco para celebrar el 150 aniversario de la proclamación de San José como Patrón de la Iglesia universal.
 
Hoy se cumplen 150 años del Decreto Quemadmodum Deus , con el que el Beato Pío IX, conmovido por las circunstancias graves y lúgubres en las que una Iglesia se ve acosada por la hostilidad humana, declaró a San José Patrón de la Iglesia Católica.
 
Con el fin de perpetuar la encomienda de toda la Iglesia al poderoso patrocinio del Custodio de Jesús, el Papa Francisco ha establecido que, desde la fecha de hoy, el aniversario del decreto de proclamación así como un día sagrado para la Santísima Virgen Inmaculada y Esposa del casto José, hasta El 8 de diciembre de 2021, se celebra un Año especial de San José, en el que cada fiel que sigue su ejemplo puede fortalecer diariamente su vida de fe en el pleno cumplimiento de la voluntad de Dios.
 
Todos los fieles tendrán así la oportunidad de comprometerse, con oración y buenas obras, a obtener con la ayuda de San José, cabeza de la celestial Familia de Nazaret, consuelo y alivio de las graves tribulaciones humanas y sociales que hoy afligen al mundo contemporáneo.
 
La devoción al Custodio del Redentor se ha desarrollado ampliamente a lo largo de la historia de la Iglesia, que no sólo le atribuye uno de los más altos culto después del de la Madre de Dios su Esposa, sino que también le ha conferido múltiples patrocinios.
 
El Magisterio de la Iglesia sigue descubriendo magnitudes antiguas y nuevas en este tesoro que es San José, como señor de la casa del Evangelio de Mateo "que extrae de su tesoro cosas nuevas y antiguas" (Mt 13,52).
 
El obsequio de indulgencias que la Penitenciaría Apostólica, mediante el presente Decreto emitido de acuerdo con la voluntad del Papa Francisco, concede amablemente durante el Año de San José, beneficiará enormemente el perfecto logro del propósito previsto.
 
La indulgencia plenaria se concede en las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración según las intenciones del Santo Padre) a los fieles que, con el alma desprendida de cualquier pecado, participarán en el Año de San José en ocasiones y con las modalidades indicadas por esta Penitenciaría Apostólica.
 
-a. San José, auténtico hombre de fe, nos invita a redescubrir la relación filial con el Padre, a renovar la fidelidad a la oración, a escuchar y corresponder con profundo discernimiento a la voluntad de Dios. Se concede la indulgencia plenaria a quienes mediten al menos durante un tiempo. 30 minutos la oración del Padre Nuestro, o participarán en un retiro espiritual de al menos un día que incluya una meditación sobre San José;
 
-b. El Evangelio atribuye a san José el sobrenombre de "hombre justo" (cf. Mt 1, 19): él, guardián del "secreto íntimo que está en el fondo del corazón y del alma" [1] , depositario del misterio de Dios y por tanto el patrón ideal del fuero interno, nos urge a redescubrir el valor del silencio, la prudencia y la lealtad en el cumplimiento de los deberes. La virtud de la justicia practicada de manera ejemplar por José es la plena adhesión a la ley divina, que es la ley de la misericordia, "porque es precisamente la misericordia de Dios la que lleva a cabo la verdadera justicia" [2]. Por tanto, quienes, siguiendo el ejemplo de San José, realicen una obra de misericordia corporal o espiritual, también podrán obtener el don de indulgencia plenaria.
 
-c. El aspecto principal de la vocación de José fue ser guardián de la Sagrada Familia de Nazaret, esposo de la Santísima Virgen María y padre legal de Jesús. Para que todas las familias cristianas se estimulen a recrear el mismo clima de íntima comunión, amor y oración vivida en la Sagrada Familia, se concede una indulgencia plenaria para el rezo del Santo Rosario en las familias y entre los novios.
 
-d. El Siervo de Dios Pío XII , el 1 de mayo de 1955, instituyó la fiesta de S. distribución de derechos y deberes" [3]. Por lo tanto, puede lograr la indulgencia plenaria a cualquiera que confía diariamente sus actividades a la protección de San José y a todos los fieles que invocan con la oración dell'Artigiano la intercesión de Nazaret, para que quien esté buscando trabajo pueda encontrar un trabajo y trabajo todo el mundo es más digno.
 
-e. La huida de la Sagrada Familia a Egipto "nos muestra que Dios es donde el hombre está en peligro, donde el hombre sufre, donde escapa, donde experimenta el rechazo y el abandono" [4]. La indulgencia plenaria se concede a los fieles que reciten las Letanías a San José (para la tradición latina), o Akathistos a San José, en su totalidad o al menos en parte (para la tradición bizantina), o alguna otra oración a San José. José, propio de otras tradiciones litúrgicas, en favor de la Iglesia perseguida ad intra y ad extra y para el alivio de todos los cristianos que sufren toda forma de persecución.
 
Santa Teresa de Ávila reconoció a san José como protector de todas las circunstancias de la vida: "A los demás santos parece que Dios les ha concedido ayudarnos en esta o aquella necesidad, mientras yo he experimentado que el glorioso San José extiende su patrocinio sobre todos" [5]. Más recientemente, san Juan Pablo II reiteró que la figura de san José adquiere "una relevancia renovada para la Iglesia de nuestro tiempo, en relación con el nuevo milenio cristiano" [6].
 
Para reafirmar la universalidad del patrocinio de San José sobre la Iglesia, además de las ocasiones antes mencionadas, la Penitenciaría Apostólica concede una indulgencia plenaria a los fieles que recitarán cualquier oración o acto de piedad legítimamente aprobado en honor de San José, por ejemplo "A ti, o Beato José ", especialmente en las recurrencias del 19 de marzo y 1 de mayo, en la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, el domingo de San José (según la tradición bizantina), el 19 de cada mes y todos los miércoles, jornada dedicada a la memoria del Santo según la tradición latina.
 
En el contexto actual de emergencia sanitaria, el don de la indulgencia plenaria se extiende especialmente a los ancianos, los enfermos, los moribundos y todos aquellos que por motivos legítimos no pueden salir de casa, que con el alma desprendida de cualquier pecado y con la intención de cumplir, cuanto antes, las tres condiciones habituales, en su propia casa o donde el impedimento los detenga, rezarán un acto de piedad en honor a San José, consuelo de los enfermos y Patrón de una feliz muerte, ofreciendo con confía en Dios los dolores y las incomodidades de tu vida.
 
Para que el logro de la gracia divina mediante el poder de las Llaves pueda ser facilitado pastoralmente, esta Penitenciaría ora fervientemente para que todos los sacerdotes dotados de las facultades apropiadas, se ofrezcan con un espíritu disponible y generoso a la celebración del sacramento de la Penitencia y, con frecuencia, administren la Sagrada Comunión a los enfermos.
 
Este Decreto es válido para el Año de San José, a pesar de cualquier disposición contraria.
 
Dado en Roma, desde la sede de la Penitenciaría Apostólica, el 8 de diciembre de 2020.
 
Mauro Card. Penitenciaría Mayor de Piacenza
 
Krzysztof NykielRegente
 
L. + S.Prot. N. 866/20 / I
 
[1] Pío XI, Discurso con motivo del anuncio de las virtudes heroicas de la Sierva de Dios Emilia de Vialar , en “L'Osservatore Romano”, año LXXV, n. 67, 20-21 de marzo de 1935, 1.
 
[2] Francisco, Audiencia general (3 de febrero de 2016).
 
[3] Pío XII, Discurso con motivo de la solemnidad de San José artesano (1 de mayo de 1955), en Discursos y mensajes radiofónicos de Su Santidad Pío XII , XVII, 71-76.
 
[4] Francisco, Ángelus (29 de diciembre de 2013).
 
[5] Teresa de Ávila, Vita , VI, 6 (transl. It. In Ead., Todas las obras , editado por M. Bettetini, Milán 2018, 67).
 
[6] Juan Pablo II, Exhortación apostólica Redemptoris Custodio sobre la figura y misión de san José en la vida de Cristo y de la Iglesia (15 de agosto de 1989), 32.
 
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Datos Opus DeiInformación sobre la historia, organización, actividades y recursos económicos del Opus Dei en España, además de ofrecer datos de contacto en las diversas ciudades.

 El Opus Dei -que en castellano significa Obra de Dios- es una institución de la Iglesia Católica fundada en 1928 en Madrid por el sacerdote Josemaría Escrivá de Balaguer. Desde entonces se dedica a promover la santidad de los cristianos en medio del mundo, fortaleciendo su vida de fe mediante una abundante formación, para que sus miembros puedan ofrecer un testimonio cristiano.
 
Aunque el Opus Dei comenzó en los años 40 y 50 su expansión internacional, y su misión es universal, sus orígenes y primeros años de vida tuvieron lugar en España.
 

25 años de una puerta abierta a la cultura

GamboaEl Club Cultural Gamboa surgió por iniciativa de un grupo de madres de familia decididas a crear un foro de debate en su ciudad, Vigo. Poco a poco se convirtió en un lugar al que acudían todo tipo de mujeres con inquietudes humanistas, con ganas de superarse, de aportar ideas y de colaborar en la sociedad con actividades solidaria.
 
En el año 1995 había muy pocas asociaciones en Vigo (Pontevedra, Galicia) que ofreciesen a la mujer un espacio en el que ampliar sus horizontes intelectuales. “La historia del Club Cultural Gamboa es una historia de mujeres para mujeres y, sobre todo, para mujeres valientes”, dice Poti Balboa, presidenta fundadora del club.
 
Todo comenzó con un grupo de mujeres llenas de ilusión, algunas de ellas eran supernumerarias del Opus Dei y otras, amigas y cooperadoras. Al principio se reunían en casa de una de ellas. Una vez a la semana quedaban para hablar de cuestiones que les preocupaba como la vida, los hijos, el trabajo o la situación social. Otras veces comentaban lo que había salido en las noticias o los proyectos que tenían entre manos.
 
Fueron trabajando con mucho rigor e incorporando las actividades culturales, con una inspiración humanística y cristiana que enriqueciera a la mujer viguesa. Hacían carteles para anunciar sus charlas culturales. A veces eran de color rosa, otros verdes, otros azules… Siempre en función del color en el que fuera más barato imprimir, ya que ninguna tenía muchos ahorros para invertir. Enseguida crearon unos estatutos y constituyeron una asociación y en pocos meses tuvieron más de cien socias.
 
Abrir la puerta de la cultura a la mujer viguesa
 
 La historia del nombre de “Gamboa” tiene un origen histórico ya que en Vigo se celebra por todo lo alto el día de la Reconquista, que conmemora cuando los franceses querían entrar en la ciudad y los vigueses cerraron la puerta de Gamboa para impedírselo y lo consiguieron. “Nosotras, en cambio –dice Marisa Bermúdez, la directora técnica– con el club Gamboa pretendíamos abrir esa puerta, abrirla a la cultura de la mujer viguesa”.
 
Poco a poco, por el boca a boca, la gente empezó a conocer estos encuentros y también fueron apareciendo manos generosas. Algunos empresarios de la ciudad de Vigo comenzaron a ofrecer salas de sus oficinas para que este grupo pudiera tener sus encuentros en un ambiente más formal.
 
En aquellos años la oferta de ocio para la mujer se limitaba a ir de compras, a quedarse en casa o a estar en alguna cafetería. Cuenta Marisa Bermudez, una de las socias fundadoras, que por esas circunstancias no les resultó difícil convertirse en un grupo de referencia en la ciudad de Vigo. Las actividades iban cambiando de local según conocidos o instituciones les fueran prestando sus espacios. Los encuentros tenían lugar en auditorios amplios cuando algún ponente, por su cargo en una empresa o entidad, era muy conocido. En las conferencias del club Gamboa participaron profesionales como el psiquiatra Enrique Rojas o la diseñadora Agatha Ruiz de la Prada.
 
Gamboa cumple ahora 25 años de actividades destinadas a contrastar y compartir ideas y reflexionar sobre la sociales de cada momento. Aunque está conformado por socias, el grupo se consolidó con tanta fuerza que ellas prefieren decir que son amigas.
 
          Precisamente esa amistad fue lo que les ayudó apoyarse unas a otras y sacar proyectos adelante. Porque no todo eran conferencias, una vez al mes hacían excursiones familiares por los pueblos de Galicia. También sabían pasárselo bien en los meses de verano. Cuando el calor llegaba a las Rías Baixas organizaban un festival de verano en el parador de Baiona. Invitaban a bandas de música y orquestas. Los veraneantes que estaban en la zona aquellos días y llegaban de otras partes de España también se unían a la fiesta y el baile.
 
De igual forma, otro día de la semana y también una vez al mes, han mantenido la actividad de libro-forum o cine-forum, alternativamente, de manera que durante este periodo y sin interrupción hasta llegar la pandemia de la COVID-19, en el mes de marzo de 2020 y hasta ahora, han sacado adelante una actividad diferente, cada semana de cada mes, los doce meses, durante 25 años.
 
 
Además, también han conseguido tiempo para apoyar alguna labor social; cuando estalló la guerra de Siria decidieron crear un grupo para enviar ayuda humanitaria a los desplazados que viven en muy malas condiciones en el interior de Siria, sin casa, sin ropa, sin comida.
 
En estos años también han llegado más allá de las fronteras de Galicia. Han viajado a otras ciudades de España como Sevilla, Pamplona o Cantabria. Y más lejos incluso: Alemania, Viena, Tierra Santa, Estambul... A los viajes van matrimonios, amigos y conocidos de las socias. Incluso muchas veces han llegado a ir personas desconocidas, que habían conocido el club Gamboa a través de la prensa local o de sus actividades.
 
Marisa Bermudez explica que lo que ha permitido que este proyecto se mantuviese activo durante estos años fue la ilusión por ofrecer buenas actividades y ofrecerlas de la mejor forma posible, a personas que tenían ganas de formarse y pasar muy buenos ratos con otras amigas. Gracias a ese trabajo y empeño constante se ganaron un prestigio en la ciudad de Vigo, convirtiéndose en un centro cultural de referencia para mujeres, pero también para las familias y profesionales interesados en el saber.
 
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ExpansionEl profesor de la Universidad de Navarra Onésimo Díaz acaba de publicar un libro titulado 'Expansión. El desarrollo del Opus Dei entre los años 1940 y 1945', que según su autor “trata de un periodo histórico sobre el que todavía queda mucho por investigar”.

 
El libro muestra cinco años de la vida de la institución fundada por san Josemaría. Según Díaz, “al terminar la Guerra Civil española, Escrivá contaba con catorce hombres y dos mujeres para desarrollar el Opus Dei. La sede de la primera obra corporativa, la residencia DYA en la calle Ferraz, estaba en ruinas. Hacer el Opus Dei en aquellas circunstancias parecía una misión imposible.
 
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial eran más de doscientos veinte varones y casi treinta mujeres quienes le seguían. En cinco años se abrieron centros, residencias y colegios mayores en las principales ciudades españolas”.
 
Publicado por Ediciones Rialp, este libro analiza la vida cotidiana de los primeros miembros del Opus Dei entre 1940 y 1945, años caracterizados por el temor a la posible entrada de España en la Segunda Guerra Mundial, por la carestía de la posguerra y también por la ilusión de los jóvenes del Opus Dei por extender entre familiares, amigos y conocidos un mensaje novedoso de búsqueda de la plenitud de la vida cristiana en medio del mundo.
 
El autor destaca el entusiasmo de los jóvenes que siguieron a san Josemaría, la mayor parte estudiantes universitarios, que difundieron su mensaje por las ciudades españolas y prepararon la expansión internacional. Durante la Segunda Guerra Mundial, el ingeniero José Luis Múzquiz realizó un viaje a Portugal de nueve días por motivos profesionales; algunos ampliaron estudios en Suiza, como Francisco Ponz y Juan Jiménez Vargas; el científico José María González Barredo estuvo en Alemania, y el matemático Francisco Botella en Italia.
 
A lo largo del relato aparecen jóvenes universitarios que después jugaron un papel destacado en la historia española, como los banqueros Luis Valls y Rafael Termes, los ministros Laureano López Rodó y Alberto Ullastres, y el catedrático antifranquista Rafael Calvo Serer. Y también tienen un papel relevante figuras importantes de la vida del Opus Dei, como los sacerdotes Álvaro del Portillo, José María Hernández Garnica y José Luis Múzquiz y las mujeres Guadalupe Ortiz de Landazuri y Encarnita Ortega.
 
Según Díaz, “fueron años de formación intensa, de rumores e incomprensiones y también de deslumbramiento por la novedad del mensaje, tanto en el seno de la Iglesia como en la sociedad civil”.
 
El libro es resultado de una investigación en varios archivos, como el Archivo General de la Prelatura del Opus Dei en Roma, y el Archivo General de la Administración del Estado en Alcalá de Henares. Según el autor, “a través de los documentos trato de presentar la vida de unas personas que se sentían protagonistas de algo importante en unas circunstancias difíciles, durante la posguerra española y la Segunda Guerra Mundial”.
 
Onésimo Díaz es doctor en Historia Contemporánea por la Universidad del País Vasco (1995) y doctor en Historia de la Iglesia por la Universidad de la Santa Cruz (2013). Actualmente trabaja en la Universidad de Navarra como investigador del Grupo de Investigación en Historia Reciente y subdirector del Centro de Documentación y Estudios Josemaría Escrivá. Es autor de quince libros y más de treinta artículos en revistas de historia.
 
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Francisco caridadEn este vídeo se muestran iniciativas que católicos de diversas naciones han puesto en marcha en sus países para aliviar alguna necesidad de su entorno. Muchas de estas labores están promovidas por personas del Opus Dei con sus amigos.
Textos para la reflexión
 
 
27. En los medios de formación de San Rafael y de San Gabriel, es bueno favorecer el ejercicio de las obras de misericordia espirituales y corporales, siguiendo la enseñanza constante de la Iglesia, la experiencia de san Josemaría, y el ejemplo y las palabras del Papa Francisco. Las actividades y las iniciativas personales relacionadas con la solidaridad, el servicio a los necesitados y la responsabilidad social, no son algo coyuntural ni marginal, sino que se encuentran en el núcleo del Evangelio. Profundizar en la doctrina social de la Iglesia, por ejemplo a través de cursos y conferencias, ayudará especialmente en contextos de mayor desigualdad social.
 
31.2 Junto a estas prioridades, querría subrayar la urgencia que todos tenemos de agrandar el corazón —le pedimos al Señor que nos dé un corazón a su medida—, para que entren en él todas las necesidades, los dolores, los sufrimientos de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los más débiles. En el mundo actual, la pobreza presenta muchos rostros diversos: enfermos y ancianos que son tratados con indiferencia, la soledad que experimentan muchas personas abandonadas, el drama de los refugiados, la miseria en la que vive buena parte de la humanidad como consecuencia muchas veces de injusticias que claman al Cielo. Nada de esto nos puede resultar indiferente. Sé que todas mis hijas y todos mis hijos pondrán en movimiento la «imaginación de la caridad»[32], para llevar el bálsamo de la ternura de Dios a todos nuestros hermanos que pasan necesidad: Los pobres —decía aquel amigo nuestro— son mi mejor libro espiritual y el motivo principal para mis oraciones. Me duelen ellos, y Cristo me duele con ellos. Y, porque me duele, comprendo que le amo y que les amo[1].
 
 Conferencia pronunciada por Mons. Javier Echevarría, Prelado del Opus Dei, con motivo de la Jornada conmemorativa del 10º aniversario de Harambee (2012).
 
 
"Basta empezar. Maneras de ayudar a los demás" es el título de una serie de 11 vídeos que buscan ayudar a profundizar en la importancia de las obras de misericordia mostrando los testimonios de más de 100 personas procedentes de 12 países.
 
La serie, producida en el año jubilar de la misericordia, desea contribuir a que se cumpla un deseo del Papa Francisco: que los cristianos contemplemos la misericordia de Dios y la asumamos como estilo de vida.
 
[1] San Josemaría, Surco, n. 827.
 
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CartasLa santificación de la vida corriente, la humildad, el servicio y el anuncio de Cristo son los temas que abordan cuatro cartas que san Josemaría dirigió a los fieles del Opus Dei. Ahora, se publican por primera vez en la colección de Obras Completas del Fundador promovida por el Istituto Storico san Josemaría. Entrevista al editor del volumen, Luis Cano.
 
 
Con la edición de este volumen, comienza a publicarse una serie con las cartas de san Josemaría a los fieles del Opus Dei. ¿De qué tipo de cartas se trata?
 
Son escritos dirigidos a las personas del Opus Dei de todos los tiempos, no a destinatarios concretos. Tratan de temas relacionados con el espíritu y la historia del Opus Dei, pero en su gran mayoría tienen validez para todos los cristianos, pues sobre todo hablan del seguimiento de Jesucristo, el tema que de veras interesaba a san Josemaría. Son páginas en las que quiso verter su experiencia humana y sobrenatural, para transmitir una doctrina y unas vivencias que fueron fruto de toda una vida de oración y de reflexión. Son textos que sorprenderán por su profundidad y modernidad. Al mismo tiempo su tono es bastante familiar, como de tertulia. No son tratados, ni homilías o meditaciones: mientras se leen, es fácil imaginarse al fundador del Opus Dei que escribe o charla en la intimidad con sus hijos e hijas espirituales.
 
¿Por qué se publican ahora? ¿Nunca antes se habían dado a conocer?
 
Con la creación del Istituto Storico San Josemaría Escrivá, en 2001, se emprendió la publicación de las obras completas del fundador del Opus Dei, con metodología crítica, es decir, con un estudio atento de las fuentes. La puesta en marcha de este trabajo ha requerido tiempo y se han ido publicando ya diversos volúmenes de esa colección, en concreto ocho. Una vez terminada la primera fase, en la que se han editado las obras que se publicaron en vida, ha tocado el turno a los escritos inéditos. En 2017 salió el primer volumen de este tipo, con textos de la predicación. El siguiente paso ha sido ocuparse de otro gran grupo de escritos inéditos, las Cartas, en cuya edición varios miembros del Instituto hemos estado trabajando desde hace años, y en el que tenemos mucha ilusión, por el gran valor que tienen, a nuestro juicio. De todas maneras, muchos fragmentos de estas Cartas eran bien conocidos porque se han empleado parcialmente en diversas publicaciones, desde hace decenios.
 
¿Podría introducir los temas principales de las cuatro cartas que se dan a conocer?
 
La primera trata sobre la santificación de la vida corriente y del trabajo en medio del mundo, en el que los cristianos actúan como la levadura en la masa, tratando de acercar a todos a los hombres y mujeres a Cristo. Es decir, este primer texto, relativamente breve, aborda el núcleo del mensaje que difunde el Opus Dei. La segunda se centra en la humildad, como virtud imprescindible para la vida cristiana y para ser fieles a Dios. La tercera afronta el tema del servicio a Dios, a la Iglesia y a todos los hombres que los cristianos están llamados a realizar en medio del mundo. Me han parecido especialmente sugestivos y de gran actualidad algunos pasajes en los que habla del papel de los fieles laicos en la mejora y vivificación con espíritu cristiano, de las realidades políticas, sociales, culturales... en las que viven y trabajan. El tema de la libertad y del respeto de las opiniones de los demás está muy presente. Por último, el cuarto texto, más breve, presenta unas líneas guía para el anuncio de Cristo en un mundo fuertemente secularizado. El tema es cómo ejercitar la caridad en la tarea de la transmisión de la fe. Contiene una fuerte llamada a la evangelización de nuestro mundo, con un talante amable y optimista, que pienso resultará sugestivo para muchos cristianos comprometidos con la evangelización, independientemente de si conocen o no el Opus Dei.
 
Luis Cano¿Cuántas cartas existen y cuál fue el arco temporal de su escritura? ¿hay un plan de publicación previsto?
 
Hay 38 cartas, si se cuentan solo las que san Josemaría consideró como un ciclo, es decir un conjunto de escritos bastante homogéneos. En realidad, hay algunas más, que todavía no sabemos si incluirlas en esta serie de la Colección de Obras completas o en otras dedicadas a escritos pastorales. En total se podría hablar de 40-45 documentos con características muy parecidas. El plan es irlos publicando en los próximos años.
 
Además de esas cartas, dirigidas a los fieles del Opus Dei en general, ¿se publicará también la correspondencia mantenida con personas concretas?
 
Sí. Está previsto dedicar una serie completa al epistolario de Escrivá, del que ya han aparecido algunos ejemplos parciales en la revista Studia et Documenta. Se trata de varios millares de cartas, por lo que estamos estudiando cuándo y cómo comenzar su publicación sistemática.
 
¿Cuál era el contexto histórico y eclesial en que se escribieron esos textos?
 
No es fácil responder, porque no sabemos cuánto duró su proceso de redacción. En realidad, se podría decir que san Josemaría trabajó en algunas cartas en un arco de casi 40 años, porque comenzó a esbozarlas ya en los años 30, escribiendo textos que luego pensaba desarrollar más extensamente. Pero no retomó ese trabajo hasta muchos años después. Trabajó a fondo el entero ciclo de las Cartas, en su fase de redacción final, en un periodo que va desde finales de los años 50 hasta principios de los 70, más o menos. Es decir, en esos años reelaboró completamente los viejos textos que conservaba, agregando citas más modernas, recurriendo a expresiones y formulaciones más recientes de su pensamiento, tomadas de las transcripciones de sus propias palabras en meditaciones y charlas, y añadiendo nuevas partes de su puño y letra. Como es natural y como es fácil notar, empleó el lenguaje y las ideas que tenía en la cabeza en el momento de esa reelaboración, aunque en varios documentos quiso dejar una fecha pretérita, como una rememoración –muchas veces, enriquecida con un valor simbólico- del comienzo de esa escritura. De ahí la diferencia de estas Cartas con las misivas de su epistolario, que se editarán en otra colección aparte, como hemos dicho, en las que la datación coincide con el momento de la escritura. Todo esto se explica con detalle en la introducción a este primer volumen. Pienso que a san Josemaría le interesaba dar en estas Cartas una visión acabada del espíritu del Opus Dei, que tuviera validez perenne, antes de que el Señor le llamara a la otra vida.
 
A muchos años de su redacción, y teniendo en cuenta que son cartas dirigidas a los fieles de la Obra, ¿en qué ha consistido el trabajo del Instituto Histórico para presentarlas en esta colección?
 
El primer cometido ha consistido en examinar cuidadosamente las fuentes y el material previo que tenemos, ya que san Josemaría revisó varias veces estos textos, produciendo versiones con ligeras diferencias, algunas de las cuales destruyó, mientras que otras no: ha sido preciso realizar un trabajo crítico para cotejar y determinar la versión que él quiso dejar como definitiva. Por otro lado, se trata de una edición comentada, aunque hemos querido limitar el número de notas a lo imprescindible, para no distraer al lector del texto principal. Este primer volumen incluye también una introducción, donde se explica la historia de la redacción de estos documentos, sus características, etc., y donde se ofrece una visión de conjunto de este rico patrimonio.
 
amigosLa amistad que ofrece un cristiano a quienes le rodean siempre ha sido un motivo de admiración. Con el paso del tiempo, surgen siempre nuevos escenarios y nuevos retos.
 
Corren los últimos años del siglo II. Los cristianos que viven en el Imperio Romano son perseguidos con violencia. Un jurista llamado Tertuliano, que había abrazado el cristianismo poco tiempo atrás, sale en defensa de sus hermanos en la fe, a quienes ahora conoce más de cerca. Y lo hace a través de un tratado en el que busca informar a los gobernadores de las provincias romanas sobre la verdadera vida de quienes eran acusados injustamente. Él mismo había admirado a los cristianos aún sin serlo, especialmente a los mártires; pero ahora, recogiendo la opinión de muchos, Tertuliano resume en un comentario lo que se dice sobre aquellas pequeñas comunidades: “¡Mirad cómo se aman entre sí!”[1].
 
Son muchos los testimonios de esta amistad que vivían los primeros cristianos. Poco antes, recién comenzado el mismo siglo, el obispo san Ignacio de Antioquía, mientras se dirigía a Roma para su martirio, escribió una carta al joven obispo Policarpo. En ella, entre varios consejos, le exhorta a acercarse «con mansedumbre» a quienes están lejos de la Iglesia, ya que no tendría mérito amar solo a «los buenos discípulos»[2]. Efectivamente, sabemos que Cristo se hace presente en la historia a través de su Iglesia, de sus sacramentos, de la Sagrada Escritura, pero también a través de la caridad con que los cristianos tratamos a quienes nos rodean. La amistad es uno de esos «caminos divinos de la tierra»[3] que Dios ha abierto al haberse hecho hombre, amigo de sus amigos. Es un terreno en donde se palpa, de manera especial, esa cooperación misteriosa entre la iniciativa de Dios y nuestra correspondencia.
 
Por eso, para que Cristo llegue a los demás a través de nuestras relaciones, es importante crecer en la virtud y en el arte de la amistad; desplegar la capacidad de querer a los demás y de querer con los demás; dejar que nuestra vida se amolde a esa ilusión de compartirla con otros. Procuramos, por tanto, que nuestro carácter se forme –o se reforme– para hacernos amables y tender puentes. Queremos que incluso nuestros gestos, nuestro modo de hablar, de trabajar o de movernos, favorezcan el encuentro con los demás. Todo esto, contando siempre con nuestra propia manera de ser y con nuestras personales limitaciones, ya que existen infinitas de maneras de ser buen amigo.
 
Uno al lado del otro
 
Decía C.S. Lewis que nos imaginamos «a los enamorados mirándose cara a cara, y en cambio a los amigos, uno al lado del otro mirando hacia delante»[4], hacia algo que hacer, que alcanzar juntos. Un amigo no solamente quiere al amigo, sino que quiere con él; se apasiona con las actividades, proyectos e ideales valiosos de la otra persona. Aquella amistad muchas veces brota simplemente compartiendo tareas que son verdaderos bienes comunes y, así, los amigos crecen juntos en las virtudes necesarias para alcanzarlos.
 
En este sentido, cuánto ayuda entusiasmarse con cosas buenas, tener ambiciones nobles. Puede tratarse de una empresa profesional o académica; de una iniciativa cultural, educativa o artística, desde leer o escuchar música en grupo, hasta promover actividades para el gran público; de formas de servicio social o cívico; también puede tratarse de una iniciativa formativa, como un club juvenil o familiar, o una actividad destinada a la difusión del mensaje cristiano. La amistad se consolida también compartiendo tareas domésticas como decorar, cocinar, hacer bricolaje, jardinería y, por supuesto, en medio de la práctica de algún deporte, excursiones, juegos y otras aficiones. Todas estas actividades son ocasión de disfrutar en compañía, allí crecen poco a poco la confianza y la apertura mutua hacia otras dimensiones de la propia vida. Al final, es difícil –e incluso, tal vez, innecesario– saber si hacemos todas estas cosas para estar con nuestros amigos o si tenemos amigos para hacer cosas buenas con ellos.
 
Por el contrario, quien afronta su vida de un modo meramente funcional, pensando todo desde el punto de vista práctico, verá muy disminuida su capacidad para hacer amigos. Podrá tener, como mucho, colaboradores en ciertas tareas útiles o cómplices para pasar el rato. Es entonces cuando se instrumentaliza la amistad, ya que se la pone solamente al servicio de un proyecto centrado en uno mismo.
 
«Así debería ser»
 
Pero la amistad no es solamente hacer cosas juntos. Debe ser «amistad “personal”, sacrificada, sincera: de tú a tú, de corazón a corazón»[5]. Aunque entre los amigos no hacen falta las palabras en todo momento, es propio de los amigos conversar. Y es todo un arte aprender a suscitar buenas conversaciones, con una o varias personas. Por eso, quien quiere crecer en amistad, evita el activismo frenético y busca tiempos propicios para estar juntos, sin mirar relojes ni teléfonos móviles. Si buscamos facilitar este intercambio personal, tampoco es indiferente el lugar, el ambiente. Por eso ayuda disponer de espacios comunes, con rincones que arropen los encuentros entre personas. San Josemaría daba una gran importancia a la instalación material de los centros de la Obra, porque debían facilitar materialmente el ambiente de amistad, con su buen gusto y aire familiar.
 
Invitar a alguien a unirse a un grupo de amigos, para que comparta una experiencia inspiradora o sus reflexiones sobre un tema interesante, habitualmente contribuye a que mejore con naturalidad el nivel de su conversación. También ayuda emprender lecturas en común, ya que supone participar de ese gran debate con los autores del presente y del pasado, en donde se congregan tantos posibles nuevos compañeros de viaje. No menos importante –y refleja una profunda verdad sobre el hombre– es el hecho de que la amistad nos reúne con frecuencia en torno a una mesa, para disfrutar juntos de buenos alimentos y de alguna bebida que aligere el espíritu. Tantas veces, en aquellas largas conversaciones, anticipamos el cielo: «De repente percibimos algo: sí, esto sería precisamente la verdadera “vida”, así debería ser»[6].
 
Pero la verdadera amistad no se satisface solamente con la charla entre los que forman un grupo de amigos. Pide también momentos de soledad, de cierta intimidad, en donde se pueda hablar «de corazón a corazón». Los buenos amigos y familiares comprenden esa necesidad y abren ese espacio sin envidias ni recelos. Así se crea el contexto propicio para las «discretas indiscreciones»[7], para el mutuo consejo, para la confidencia. De esos momentos también se sirve Dios para acompañar espiritualmente a las almas e incluso para abrir «insospechados horizontes de celo»[8] a los amigos, como puede ser compartir una misión divina en el mundo.
 
La amistad en un mundo agitado
 
Es bueno considerar también, con realismo, algunos rasgos de nuestra cultura contemporánea que suponen un reto para la manera en que vivimos la amistad. Hay que decir, en primer lugar, que no se trata de obstáculos insalvables. Por un lado, porque tenemos toda la gracia de Dios. Pero también porque es fácil ver que, allí donde la amistad es menos frecuente y profunda, resulta más necesaria y es deseada de modo más intenso por los corazones de los hombres y de las mujeres. Parafraseando a san Juan de la Cruz, podríamos decir: «Donde no hay amistad, pon amistad, y sacarás amistad».
 
Pensemos, por ejemplo, en el tono excesivamente competitivo de algunas profesiones o ambientes. Esto a veces se traduce en una mentalidad pragmática o desconfiada, aunque esté envuelta en una buena educación meramente externa. Pareciera que, si se trabaja con otra actitud, el resultado será que los demás se aprovecharán de nosotros. Ciertamente, no podemos ser ingenuos, pero un ambiente así necesita ser purificado desde dentro, con personas que muestren un modo distinto de vivir. No hace falta presionar, gritar, engañar o aprovecharse de los demás, para conseguir metas laborales. Un cristiano tiene siempre presente que el trabajo es servicio. Por eso, aspira a ser un jefe, un colega, un cliente o un profesor de quien se puede llegar a ser buen amigo, sin que dejen de respetarse las normas propias de cada profesión.
 
También podremos conseguir ambientes propicios para la amistad evitando que se contagien de excesivo estrés, activismo o dispersión. Es verdad que, en nuestro agitado mundo, a veces es difícil conseguir la serenidad necesaria para tener nuevas amistades; también porque, incluso cuando se descansa, el ajetreo suele ir unido a modos de desconexión. Precisamente esta es una oportunidad para –con humildad y conociendo nuestra fragilidad– ofrecer a los demás un ejemplo atractivo, propio del que «lee la vida de Jesucristo»[9]: caminar tranquilos, sonreír, disfrutar del momento, contemplar, descansar con cosas sencillas, tener creatividad para hacer planes alternativos, etc[10].
 
Esperar en lo que nos une
 
Mantener una «actitud positiva y abierta ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida»[11], como recomendaba san Josemaría, facilita la amistad con muchas personas, también cuando hay distancias generacionales. Además, es preciso un profundo amor a la libertad ajena, sin caer en rigideces cuando algo admite ser visto de muchos modos. «Ciertas maneras de expresarse –recuerda el prelado del Opus Dei– pueden enturbiar o dificultar la creación de un ambiente de amistad. Por ejemplo, ser demasiado categórico al expresar la propia opinión, dar la apariencia de que pensamos que los propios planteamientos son los definitivos, o no interesarse activamente por lo que dicen los demás, son modos de actuar que encierran en uno mismo»[12].
 
Es verdad que, en varios lugares, se ha extendido una visión de la vida en la que es difícil aceptar algunos principios básicos de la ley moral. Esto supone que a veces, incluso, se niegue la posibilidad misma del amor de benevolencia: desear el bien del otro por sí mismo. Quizá aquel planteamiento encuentra en las relaciones humanas solamente un cálculo de utilidad o sentimientos de simpatía sin demasiado fundamento. Esto, como es lógico, puede convertirse en fuente de incomprensión y hasta de conflicto.
 
Es importante, ante esta situación, no confundir el diálogo propio de la amistad con la argumentación filosófica, jurídica o política; el diálogo amistoso no supone intentar convencer al otro de nuestras ideas, incluso cuando esas ideas sean formulaciones clásicas o magisteriales de algún tipo de verdad. Y esto no significa «no llamar a las cosas por su nombre» o perder la capacidad de discernir el bien del mal. Lo que sucede es que nuestros razonamientos tienen valor dentro de un diálogo solo cuando se parte de algún principio o autoridad común[13]. Aunque en la amistad también hay tiempo para la conversión personal, de ordinario es mejor buscar los puntos de acuerdo en lugar de subrayar lo que nos separa; es el lugar para ofrecer nuestra propia experiencia, sin grandes elaboraciones intelectuales, con toda la fuerza de quien comparte sus preocupaciones, tristezas y alegrías. Y siempre es importante escuchar, porque la amistad –como decía san Josemaría– más que en dar está en comprender[14].
 
Puede ayudarnos notar que la mayoría de las personas, la mayor parte del tiempo, viven movidas por los deseos profundos de todo corazón humano: amar y ser amadas. Ese deseo insaciable de sentido, de unidad, de plenitud, aunque pueda ser anestesiado durante mucho tiempo por múltiples razones, siempre vuelve a manifestarse. El buen amigo –aunque no siempre sea plenamente correspondido– sabe esperar; sabe estar ahí cuando los propios esquemas entran en crisis y el corazón se abre a la luz que ha intuido precisamente en el cariño del otro.
 
Una imagen de la paciencia de Dios
 
San Pablo, en el famoso himno de la caridad que escribe en su Epístola a los corintios, señala que «la caridad es paciente» (1 Cor 12,4). Por eso, el prelado del Opus Dei nos recuerda que «una amistad tiene mucho de don inesperado, por lo que requiere también paciencia. A veces, ciertas malas experiencias o prejuicios pueden hacer que la relación personal con alguien que tenemos cerca tarde un tiempo en llegar a convertirse en amistad. Igualmente pueden hacerlo difícil el temor, los respetos humanos o una actitud de prevención. Es bueno tratar de ponerse en el lugar de los demás y tener paciencia»[15].
 
San Josemaría animaba siempre a ir «al paso de Dios». En su vida es innegable la audacia apostólica con la que vivía, el arrojo –también humano– con el que salía al encuentro de las personas, aunque estuvieran muy lejos, aun poniendo en peligro su propia vida. Basta pensar en aquella conversación con Pascual Galbe, un juez amigo que había conocido durante su etapa universitaria; eran tiempos de persecución religiosa y el sacerdote sorteó varios peligros al acudir a su domicilio en Barcelona con la única intención de reencontrarse con su amigo. En una conversación previa, por las calles de Madrid, Galbe le había preguntado: «¿Qué quieres de mí, Josemaría?». A lo que el fundador del Opus Dei respondió: «Yo te quiero a ti. No necesito nada. Solo deseo que seas un hombre bueno y justo». Y lo mismo volvió a demostrarle en la siguiente ocasión, cuando acudió para escuchar sus confidencias en aquellos difíciles momentos, sin dejar de ayudarle a encontrar la verdad[16].
 
El fundador del Opus Dei no dejaba de recomendar aquella paciencia «que nos impulsa a ser comprensivos con los demás, persuadidos de que las almas, como el buen vino, se mejoran con el tiempo»[17]; debemos procurar tener con los demás la misma paciencia que Dios tiene con nosotros. Y es que, como recordó Benedicto XVI, «el mundo es redimido por la paciencia de Dios y destruido por la impaciencia de los hombres»[18]. Tener paciencia no quiere decir que no suframos, a veces, por la falta de correspondencia de otras personas a nuestro cariño, o porque vemos a algún amigo emprender caminos que probablemente no saciarán sus deseos de felicidad. Se trata, en realidad, de sufrir con el corazón de Jesús, identificándonos cada vez más con sus sentimientos, sin dejarnos llevar por la tristeza o la desesperanza.
 
La experiencia del perdón de los amigos es motivo de esperanza en los momentos más oscuros de la vida. La certeza de que un amigo nos espera, a pesar de nuestros desplantes, es para nosotros la viva imagen de Dios: ese primer amigo que aguarda a que volvamos a sus brazos de Padre y que nos perdona siempre.
 
Ricardo Calleja
 
[1] Tertuliano, Apologético, XXXIX.
 
[2] Cfr. San Ignacio de Antioquía, Carta a Policarpo, II.
 
[3] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 314.
 
[4] C. S. Lewis, Los cuatro amores, Rialp, Madrid, 2017, p. 78.
 
[5] San Josemaría, Surco, n. 191.
 
[6] Benedicto XVI, Carta encíclica Spe Salvi, n. 11.
 
[7] Cfr. san Josemaría, Camino, n. 973.
 
[8] Ibíd.
 
[9] San Josemaría, Camino, n. 2.
 
[10] Cfr. Francisco, Carta encíclica Laudato si’, nn. 222-223.
 
[11] San Josemaría, Surco, n. 428.
 
[12] Mons. Fernando Ocáriz, Carta 1-XI-2019, n. 9.
 
[13] Santo Tomás de Aquino, Quodlibet IV, q. 9, a. 3.
 
[14] Cfr. San Josemaría, Surco, n. 463.
 
[15] Mons. Fernando Ocáriz, Carta 1-XI-2019, n. 20.
 
[16] Cfr. Jordi Miralbell, Días de espera en guerra, Palabra, Madrid, 2017, pp. 75; 97 y ss.
 
[17] San Josemaría, Amigos de Dios, n. 78.
 
[18] Benedicto XVI, Homilía 24-IV-2005, Misa de inicio de su pontificado.
 
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FragmentosjpgLa vida de cualquier persona, y también la de cualquier institución, está hecha de pequeños sucesos, de anécdotas, de encuentros, de retales, de fragmentos. De la mano de algunos historiadores, en esta serie de podcast iremos recorriendo diferentes acontecimientos de la vida de san Josemaría y de la historia del Opus Dei.
 
Podcast de la serie 'Fragmentos de historia'
 
San Josemaria hoySan Josemaría, hoy (16)
Boletín informativo sobre el fundador del Opus Dei, con el título “Un corazón que solo sabía amar”. Recoge varios textos de san Josemaría, del Papa Francisco, además de diferentes relatos de favores y testimonios.
 
1. La caridad en san Josemaría
 
“Los cristianos estamos enamorados del Amor: el Señor no nos quiere secos, tiesos, como una materia inerte. ¡Nos quiere impregnados de su cariño!”1. San Josemaría traducía muchas veces de manera libre el versículo Dios es Amor por “Dios es cariño”, para destacar la dimensión humana de la caridad cristiana.
 
La palabra corazón en la Sagrada Escritura alude a la totalidad del ser humano, con sus afectos, pensamientos, deseos, anhelos y decisiones. “El «corazón» hace referencia al «centro» de la persona desde el que brota todo pensamiento y toda acción. Es la sede del amor, mucho más que de los sentimientos, como a veces afirman algunos autores. San Josemaría lo señala con claridad: «Cuando hablamos de corazón humano no nos referimos sólo a los sentimientos, aludimos a toda la persona que quiere, que ama y trata a los demás. Y, en el modo de expresar- se los hombres, que han recogido las Sagradas Escrituras para que podamos entender así las cosas divinas, el corazón es considerado como el resumen y la fuente, la expresión y el fondo último de los pensamientos, de las palabras, de las acciones. Un hombre vale lo que vale su co- razón, podemos decir con lenguaje nuestro (...). Cuando en la Sagrada Escritura se habla del co- razón, no se trata de un sentimiento pasajero, que trae la emoción o las lágrimas. Se habla del corazón para referirse a la persona que, como manifestó el mismo Jesucristo, se dirige toda ella –alma y cuerpo– a lo que considera su bien: porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón (Mt 6,21)»”2.
 
San Josemaría “ejemplificó en su vida lo que sig- nifica tener corazón. Dotado de cordialidad, de buen humor, de intuición profunda, de grandes pasiones, sabía manifestar el cariño con con- creción, también material, de atención huma- na (...). Lo que traslucía en su persona remitía a una fundamentación más honda (...): «Amar es tener el corazón grande, sentir las preocupa- ciones de los que nos rodean, saber perdonar y comprender: sacrificarse, con Jesucristo, por las almas todas. Si amamos con el corazón de Cristo aprenderemos a servir, y defenderemos la verdad claramente y con amor»”3.
 
1 Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, Rialp, Madrid 2002, n. 183.
 
2 Ugo Borghello, Diccionario de san Josemaría, voz “Corazón”, con cita de Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, Rialp, Madrid 2002, n. 164, Monte Carmelo 2013, p. 280.
 
3 Ibidem, con cita de Es Cristo que pasa, n. 158.
 
2. La caridad en lo ordinario
 
El papa Francisco, en la catequesis sobre el año de la fe, afirmó que “La caridad es la mayor riqueza de la Iglesia. Vivir la comunión en la caridad significa no buscar el propio interés, sino ser capaces de compartir las alegrías y los sufrimientos de los hermanos, ser capaces de llevar los unos las cargas de los otros”4.
 
En el quinto aniversario de la canonización de san Josemaría, don Javier Echevarría publicó un artículo titulado El resplandor de la caridad, en el que mostraba cómo el santo de lo ordinario practicó la caridad todos los días de su vida. Afirmaba don Javier que “La caridad cristiana no consiste jamás en algo instrumental, no busca obtener otros objetivos: el amor es gratuito”5. Para san Josemaría, vivir la caridad en la vida ordinaria reclamaba “corazón grande, sentir las preocupaciones de los que nos rodean, saber perdonar y comprender: sacrificarse, con Jesucristo, por las almas todas”6.
 
Como atestiguaba en Surco, la caridad no tiene que estar adecuada o ajustada a las necesidades de uno mismo, sino a la de los demás7. Así, “Ama y practica la caridad, sin límites y sin discriminaciones, porque es la virtud que nos caracteriza a los discípulos del Maestro. –Sin embargo, esa caridad no puede llevarte –dejaría de ser virtud– a amortiguar la fe, a quitar las aristas que la definen, a dulcificarla hasta convertirla, como algunos pretenden, en algo amorfo que no tiene la fuerza y el poder de Dios”8.
 
La doctrina de san Josemaría en torno a la caridad se basa en el amor de Cristo, “el amor de Jesús a los hombres es un aspecto insondable del misterio divino, del amor del Hijo al Padre y al Espíritu Santo”9. Como virtud, la caridad está llamada al progreso, al aumento, a crecer; de ahí que san Josemaría sostenga que sería ingenuo pensar que las exigencias de la caridad se cumplen con facilidad: siempre es necesario el empeño personal10.
 
4 Papa Francisco, Audiencia general, Roma 8.X.2013.
 
5 ABC, 6 de octubre de 2007.
 
6 Es Cristo que pasa, n. 158.
 
7 Cfr. Josemaría Escrivá, Surco, Rialp, Madrid 2002, n. 748.
 
8 Josemaría Escrivá, Forja, Rialp, Madrid 2002, n. 456.
 
9 Es Cristo que pasa, n. 169.
 
10 Cfr. Juan Ignacio Ruíz Aldaz, Diccionario de san Josemaría Escrivá de Balaguer, Voz “Caridad”, p. 198.
 
3. La libertad de amar
 
“No poseemos -señalaba san Josemaría- un corazón para amar a Dios, y otro para querer a las criaturas: este pobre corazón nuestro, de carne, quiere con un cariño humano que, si está unido al amor de Cristo, es también sobrenatural. Esa, y no otra, es la caridad que hemos de cultivar en el alma”11.
 
En la primera semblanza sobre san Josemaría, aparecida al año siguiente de su fallecimiento, Salvador Bernal escribió: “Como expresaba en septiembre de 1975 don Álvaro del Portillo, uno de los rasgos capitales del espíritu del Fundador del Opus Dei «era precisamente ese maravilloso engarce, en un corazón tan grande, en un alma que voló tan alto, con el amor a lo pequeño: a lo que se advierte solamente por las pupilas que ha dilatado el amor»”12.
 
“Ese corazón grande y apasionado, que tan fácilmente se identificaba con el sufrimiento ajeno, padeció lo indecible en los años cuarenta, porque las tremendas injusticias que sufrió ofendían a Dios, confundían a muchas personas y empecataban el alma de quienes las cometían. El Fundador del Opus Dei, que sabía querer, calló, perdonó y rezó, quitando importancia a su heroísmo”13.
 
“El corazón del Fundador del Opus Dei era de veras paterno. Por eso comprendía muy bien los sentimientos de todos los padres. Y por eso tenía siempre en cuenta a las familias de los miembros de la Obra. Cuando las necesidades del trabajo los llevaban lejos, les animaba siempre a que les escribieran con frecuencia, a que les dieran buenas noticias, a que les hicieran partícipes de su alegría: pues la dicha del hijo es lo que más alegra el corazón de unos padres”14.
 
Esta relación entre la caridad y las demás virtudes fue tratada ampliamente por san Josemaría. “Persuadíos de que un cristiano, si de veras pretende actuar rectamente, cara a Dios y cara a los hombres, necesita de todas las virtudes, por lo menos en potencia. Padre, me preguntaréis: ¿y de mis flaquezas, qué? Os responderé: ¿acaso no cura un médico que esté enfermo, aun cuando el trastorno que le aqueja sea crónico?; ¿le impedirá su enfermedad prescribir a otros enfermos la receta adecuada? Claro que no: para curar, le basta poseer la ciencia oportuna y ponerla en práctica, con el mismo interés con el que combate su propia dolencia”15.
 
Muchas más manifestaciones de la caridad entendida y practicada por san Josemaría se recogen en la reciente biografía Que solo Jesús se luzca16. Ilustrada con más de 300 fotos, mapas, infografías y textos autógrafos, facilita sintonizar con su vida a través de muchas imágenes vivas.
 
11 Amigos de Dios, n. 229.
 
12 Salvador Bernal, Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer. Apuntes sobre la vida del Fundador del Opus Dei, Rialp, Madrid, 1976, pp. 116-117.
 
13 Ibid, p. 254.
 
14 Ibid., p. 41.
 
15 Amigos de Dios, n. 161.
 
16 Jesús Gil-Enrique Muñíz, Que solo Jesús se luzca. Biografía ilustrada de san Josemaría, fundador del Opus Dei, Fundación Studium, Madrid 2019, 465 pp
 
4. Practicar la caridad sin límites
 
“No existe corazón (…) que no esconda, como el rescoldo entre las cenizas, una lumbre de nobleza. Y cuando he golpeado en esos corazones, a solas y con la palabra de Cristo, han respondido siempre”17. Una de las enseñanzas de san Josemaría es que las virtudes humanas componen el fundamento de las sobrenaturales, porque fomentan las disposiciones necesarias para los actos propios de éstas, especialmente los que se refieren a la caridad.
 
La cita anterior se incluye en una homilía de 1941 que se publicó precisamente con el título de “Virtudes humanas”. Allí considera entre otras: la fortaleza, serenidad, paciencia, magnanimidad, laboriosidad, diligencia, veracidad, sencillez, naturalidad, etc. Cuando habla de la prudencia, la denomina “sabiduría de corazón que orienta y rige otras muchas virtudes”. Al practicarlas, “el cristiano es uno más en la sociedad; pero de su corazón desbordará el gozo del que se propone cumplir, con la ayuda constante de la gracia, la Voluntad del Padre. Y no se siente víctima, ni capitidisminuido, ni coartado. Camina con la cabeza alta, porque es hombre y es hijo de Dios. Nuestra fe confiere todo su relieve a estas virtudes (…). Por eso el que sigue a Cristo es capaz –no por mérito propio, sino por gracia del Señor– de comunicar a los que le rodean lo que a veces barruntan, pero no logran entender: que la verdadera felicidad, el auténtico servicio al prójimo pasa sólo por el Corazón de Nuestro Redentor, perfectus Deus, perfectus homo ”18.
 
“Me produce una honda alegría considerar que Cristo ha querido ser plenamente hombre, con carne como la nuestra. Me emociona contemplar la maravilla de un Dios que ama con corazón de hombre”19.
 
Lo que podemos considerar una jaculatoria dirigida a Jesús: “Danos un corazón a la medida del Tuyo” son las palabras finales del n. 813 de Surco, que se refiere a la humanidad del Señor: “¡Gracias, Jesús mío!, porque has querido hacerte perfecto Hombre, con un Corazón amante y amabilísimo, que ama hasta la muerte y sufre; que se llena de gozo y de dolor; que se entusiasma con los caminos de los hombres, y nos muestra el que lleva al Cielo; que se sujeta heroicamente al deber, y se conduce por la misericordia; que vela por los pobres y por los ricos; que cuida de los pecadores y de los justos... –¡Gracias, Jesús mío, y danos un corazón a la medida del Tuyo!”20.
 
17 Amigos de Dios, n.74.
 
18 Ibid, n.93.
 
19 Es Cristo que pasa, n. 107.
 
20 Surco, n. 813.
 
Descarga el Boletín de san Josemaría, nº 16: Un corazón que solo sabía amar (PDF)
 
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